VALÈNCIA. Entre las declaraciones de Cañizares a propósito de las renovaciones de Gayà-Soler y el informe de la auditoría sobre las cuentas del Valencia que se daba a conocer este martes, apenas hay metros de diferencia. Son una misma pieza. Causa-consecuencia de una canción: qué le puede ofrecer el club a sus jugadores más competentes para quedarse; cómo puede el club pujar por futbolistas que eleven su nivel, escapando del bucle endemoniado que dirige los últimos años y que hará lo propio con los próximos: querer sostenerse mientras se desprende de sus mejores piezas. Sorber y soplar a la vez.
El Valencia es ya oficialmente uno de esos mamíferos con cuerpos debilitados que se cree, sin embargo, que tiene una complexión gigantesca. Por recuerdo genético tiende a comportarse como un perro de presa. Cañizares, y luego Baraja y luego Camarasa, han dado palmas a un debate que parte de la generosidad: la de considerar al club lo suficientemente pujante como para que el rendimiento deportivo sea el motivo crítico que ofrecer a sus jugadores.
Puede que sea una trampa. Puede que el debate circule en torno a un criterio absoluto que, sin embargo, no es el único. Entre los criterios que eligen los jugadores para escoger un club, puede que existan circunstancias que vayan más allá del productivismo total. Claro que Gayà y Soler, de haber nacido en Alburquerque, hubieran echado ya a correr. Pero, oh sorpresa, han nacido y creído en un mismo entorno de afectos y aspiraciones. Pensar, como estamos pensando, que no pueden seguir en el club porque el club no gana, que no pueden seguir en el club porque el club se gestiona dirigido por el caos, es reducir el club a un vehículo de objetivos privados donde nada más cabe.
Decíamos hace unos meses: ¿no será que Gayà y Soler han entendido que sus códigos son otros y que en ocasiones la felicidad procede más de responder frente a los tuyos? No imagino una manera mejor para marcar una época que su compromiso en estas tardes peores; ser capaces de elevar su nivel a pesar de un contexto desfavorable.
Superada la trampa, llega el problema mollar: apelar tan solo a las emociones y a la filiación de los jugadores con su equipo es un modelo imposible. Tan quebradizo que hará insostenible (si no lo hace ya) conservar a gran parte del talento que se produce en kilómetro cero, mientras que en la ruina hace inviable captarlo fuera de los confines propios. Otras navidades más, el informe de cuentas traerá un horizonte quebradizo donde la misión del Valencia es sobrevivir a su propio peso.
Los problemas no llegan de pensar cómo puede retener a sus mejores futbolistas, sino de constatar que para que se queden el único motivo es el amor y la identificación al club.