VALÈNCIA.- Todos los caminos conducen a Roma pero ¿y a Milán? Después de visitarla creo que habría que ponerle una calzada romana bien grande para que más personas la conocieran. Y lo digo reconociendo que mi visita se quedó corta y que fui con ciertas reticencias por su cliché de ciudad industrial y de la moda, aspectos que ni me van ni me vienen. Sin embargo, Milán sorprende por su carácter urbano y su monumentalidad pero también porque tiene un poco de esa Roma imperial o de esa Venecia bucólica que tanto enamora. Y sí, aquí también te derrites con los helados y esa pasta fresca que… mamma mia!
Como no podía ser de otra manera, mi visita comienza en la concurrida Piazza del Duomo. Da igual cuánta gente haya, si una paloma sobrevuela a la altura de tu cabeza o si el sol calienta como un brasero y te estás achicharrando. No importa; en medio de ese caos me deslumbra la belleza de la catedral, con esa fachada de mármol blanco que resplandece en medio de esa plaza gris y sus decenas de agujas apuntando al cielo. Hasta ellas me dirijo, pues he reservado para acceder a la terraza del Duomo. Lo hice con tiempo porque me advirtieron de que es posible que los pases se agoten, especialmente en verano. Puedes elegir entre subir en ascensor o por las escaleras; yo opto por subir los 165 escalones en espiral que me llevan hasta el cielo de Milán.