VALÈNCIA. El último fin de semana estuve en Madrid. Allí, en la Universidad Complutense, se celebra cada año, aunque la pandemia rompió la cadencia, una modesta pero emotiva reunión de atletismo. No es un mitin al uso. No es la típica competición con atletas de élite. Esta es una prueba fundamentalmente amateur que, eso sí, atrae a pilares de la historia del atletismo y amantes incondicionales de este deporte. Allí, en un entorno fantástico, en una vieja pista de ceniza, hay carreras y lanzamientos en una matinal llena de encanto.
Yo no había podido estar nunca, pero este año todo cuadraba, cogí un tren a las siete de la mañana y me planté en la Complu de buena mañana. No me defraudó. Durante toda la mañana se celebraron carreras de 100, 300 y 1.000 metros. En un lateral se lanza peso. Y hasta hubo carreras de relevos para niños y adultos. El público, mientras tanto, observa las pruebas desde el borde de la pista o simplemente se pone de tertulia con otros aficionados o atletas que se encuentra por allí.
El lugar es fantástico. La pista, una pista de ceniza inaugurada en 1931, tiene el encanto de lo antiguo. Los organizadores la preparan durante la semana y con la ayuda de un juez de atletismo, Jesús Salgado, pintan las calles con cal, como antiguamente, con exactitud geométrica. No es fácil: el anillo tiene 300 metros de cuerda. La pista está hundida en una lugar donde hay una loma cubierta de hierba de un color verde al que un valenciano no está acostumbrado y está rodeada de árboles. Todo eso hace que no llegue hasta allí el ruido de los coches.
“Es nuestro Carros de fuego”, dice Ignacio Romo, un histórico periodista de atletismo que se atrevió a lanzar el peso. Y sí, la verdad es que allí uno se siente ante un atletismo de otro tiempo. Los corredores hacen el esfuerzo de vestirse con lo más antiguo que tienen en el armario. Y algunos conservan prendas realmente antiguas…
La reunión tiene un nombre, claro: Memorial Miguel de la Quadra-Salcedo. Y en una esquina de la pista está la colorida escultura que hizo Víctor Ochoa cuando comenzó esta preciosa iniciativa. El proyecto surgió de la cabeza privilegiada de Miguel Calvo. Yo no sé qué es realmente Miguel. Sé que escribe como los ángeles de atletismo, que es el autor de un libro muy recomendable, ‘Regresar a Maratón’ (Editorial Desnivel), y que es uno de esos locos románticos que hacen posibles cosas fantásticas. Pero, en realidad, Miguel creo que es un hombre serio que se dedica a un oficio de mucho más calado y más trascendencia para la sociedad que juntar palabras. Por eso, buscó aliados. Primero llegó Álex Calabuig. Luego, Carlos Beltrán. Y después han ido viniendo otros más que han acabado asociados en un grupo al que han llamado Amigos de la Pista de Ceniza.
Miguel entrevistó hace años a Miguel de la Quadra-Salcedo. Mucha gente no sabrá que aquel hércules con un mostacho tremendo, además de aventurero y hombre de la televisión, fue atleta. Y que de aquel trabajo periodístico surgió la idea de rendir tributo a este hombre y, de paso, a toda una generación de atletas que entrenó y compitió en la vieja pista de ceniza de la Complutense. Por Miguel de la Quadra-Salcedo, que murió un 20 de mayo de 2016, el memorial se celebra siempre a finales de mayo. Y este año estuvo Estanis, inconfundible hermano de Miguel.
La pista, un bombón, es casi un incunable. Y ver a la gente correr sobre ella, una delicia. La experiencia te lleva fácilmente a los años 50. Pero lo mejor no son las carreras, lo mejor es el ambiente de atletismo, el atletismo más puro -sin premios, envidias, ni pinchazos- que se respira durante toda la mañana. Muchos históricos se pasan por allí. Yo tuve el capricho de hacerme una fotografía junto a Loles Vives, la primera mujer española que bajó de los 12 segundos en los 100 metros (1979), y Carmen Valero, la mejor corredora de la historia del atletismo español, una atleta que fue campeona del mundo de campo a través en dos ocasiones (1976 y 1977).
Al lado de la meta, plantado como un faro, me encontré a Jorge González Amo, exatleta, olímpico y una enciclopedia del atletismo que te va lanzando preguntas durante toda la mañana. Si fallas, y es muy fácil fallar si no eres un verdadero sabio del atletismo, te riñe: “¿Pero cómo un periodista y enamorado del atletismo como tú no sabe quién era Jaime López Amor, Fernando?”. Y así una detrás de otra.
A cada rato vas saludando a unos y a otros. Históricos como Chuso García Bragado, el mayor deportista olímpico que ha dado este país, que leyó el mismo juramento universitario que pronunció José Luis Torres -el entrenador de González Amo- en los Juegos Universitarios Nacionales de 1954. Pero había muchos más: Alberto Juzdado, Sagrario Aguado, Ignacio Sola, Blanca Miret, Antonio Postigo, Aurora Pérez, Fernando Marquina, Elena Espeso… También estaban algunos del presente como Diego García Carrera, Marc Tur o Marta Pérez, que quiso pasar por allí justo antes de irse a Barajas para volar a Alemania, donde competía al día siguiente.
Muchos acuden con sus hijos. Como Ángel David Rodríguez, un gran velocista conocido como ‘El Pájaro’, que uno, la verdad, no sabe si ya está retirado o sigue compitiendo. O el gran Jesús España, todo un campeón de Europa, que llevaba a tres chavales que se interesaban por las carreras. Me gustó ver que Jesús es uno de esos hombres que ha aprendido a vivir sin la esclavitud del teléfono móvil. Y eso le convierte en una persona que te escucha con atención. Es este un problema gordo de esta sociedad del siglo XXI: la mayoría de la gente no te escucha, o pierde el interés rápidamente, cuando hablas. Jesús no, y algunos otros, más veteranos que él, tampoco.
La primera edición del memorial se celebró en 2018. Al año siguiente, la segunda. Luego vino el coronavirus y no se retomó hasta 2022. Y ahora esta de 2023, en la que se realizó una exhibición de lanzamiento de barra vasca. Si todo vuelve a cuadrar, allí volveré en 2024 para revivir el espíritu de la ciudad universitaria. Por cierto, que encandilado por este ambiente, el miércoles volví a ver ‘Carros de fuego’. Pero eso ya será para otra cantina…