VALÈNCIA. Siete partidos sin perder, tres victorias, cuatro empates y los últimos tres partidos seguidos portería a cero, algo que no sucedía desde la primavera de 2015. Cuatro motivos para el optimismo de un sentimiento. Si el Valencia CF fuera un boxeador, después de las dudas del comienzo de curso, ahora ya no tendría mandíbula de cristal. Ha aprendido a fajarse, se viene arriba con el castigo y es capaz de permanecer quieto, en el centro del ring, intercambiando mano por mano. Y sin embargo, este VCF sigue buscando dar el paso adelante definitivo que disipe las dudas y le coloque en posición de poder optar al pasaporte europeo. Y esa búsqueda se está alargando más de la cuenta porque al boxeador ché le falta instinto asesino, no tiene el don de la pegada y por más que saca manos, sus puños parecen de algodón. Ante el Espanyol, en un acoso y derribo tan conmovedor como estéril, el equipo de Marcelino volvió a explorar sus límites. Cercó la meta “perica” como los indios a Custer en Little Big Horne, pero el gol no cayó, ni por insistencia, ni siquiera de maduro. Diecinueve disparos y sólo uno entre palos. Resultado, agua. La conclusión del partido fue la de lo que va de curso: sin pegada no hay paraíso y sin gol no habrá Europa que valga.
Con un porcentaje de acierto así, es difícil que este Valencia pueda subirse, en marcha, al tren de una Liga loca y en la que todos pueden perder contra todos, pero igual no imposible en una en la que el cuarto lugar y la décima plaza están comprimidos en apenas seis puntos. Para algunos, todo. Para otros, nada. El Valencia, por ahora, no puede. Pero el Valencia, desde que algunos reclamaban la cabeza de Marcelino, siempre quiere. Esta no es una simple cuestión de puntería, sino también de saber controlar la ansiedad, de tener mucha más precisión y sobre todo, de encontrar el equilibrio perfecto entre un corazón caliente y una cabeza fría. Volvamos al boxeo: los campeones con más pegada nunca son los que tiran más golpes, sino los que saben mantener la distancia adecuada, los que se colocan bien, los que ejecutan el golpe en el momento preciso y los que pegan con los ojos siempre abiertos. En el noble arte no gana por KO quien más manos saca, sino quien mejor pega.
Y para eso, para que este VCF deje de tener puños de algodón y pueda sentar a más de uno en el piso, necesita saber controlar sus propias emociones. Con saber distinguir entre velocidad y precisión, entre espacio y tiempo, entre oportunidad y ansiedad. Con una plantilla diseñada para el alto voltaje y el vértigo, de transiciones rápidas y fútbol de corneta, es necesario que el jugador del Valencia asimile que debe tener más pausa, más alternativas para leer las defensas contrarias, más asociación y sobre todo, menos prisas, porque esas son para los malos toreros. Hasta la fecha, el Valencia ha logrado hacer realidad lo que parecía imposible: dejar de asomarse al abismo, dejar de caminar por la cornisa y sacar la cabeza. Ahora sólo falta dar, de una vez, ese pasito adelante que sus aficionados y el propio club necesitan: encontrar el gol perdido. Y sólo existen dos caminos para tener gol: desde la calma o desde la insistencia. Y los reyes del KO no lo son por insistir, sino por saber cuándo, cómo y dónde tienen que pegar. Si el VCF encuentra su pegada perdida, será uno de los equipos que juegue en Europa la próxima temporada. Habrá quien crea que esta posibilidad sigue siendo una quimera, pero nadie dijo que esto sería fácil. Nunca lo es. VCF: se busca dinamita.