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Ser del Levante

20/06/2023 - 

VALÈNCIA. ¿Y ahora, qué? La verdad es que no lo sé, pero tampoco abro esta página para hablar de eso. Habrá tiempo. Vengo a hablar de levantinismo, aunque a muchos no les guste que aquellos no forjados en el yunque de la adversidad se atrevan a hablar como tal, y que los que no son granotas de cuna vengan a asaltar las suyas. Solo me dedico a informar e intento huir de bufandas de cualquier color, trato de vivir desde esa barrera aunque a veces uno no escape a la emoción y le tiemblen los dedos para cerrar crónicas como las del sábado. Yo también me hundí, yo también sufrí y yo también soñé con ese ascenso. 

No entiendo el deporte ni mi profesión sin la misma pasión que cualquier aficionado de Gol Alboraya, ni sin seguir el camino de los que acumulan décadas de mili granota. No viví el 'Ecijazo', me lo tuvieron que contar, pero también lloré el último descenso, también recogí a las tantas después de un Levante - Ponferradina en pleno enero y también desperté el domingo como si el sacrificio de ya varias temporadas no hubiera tenido un mínimo de sentido.

Nadie merece caer así. Ni siquiera el Levante de Javi Calleja, que llevaba todo el año jugando con fuego y no dejó de tentar a la llama hasta el último día. Pero perder, que lógicamente nunca llena, sí curte. El levantinismo está más que enseñado en la asignatura de la tragedia, la burla y, como mucho, la condescendencia del que quiere entenderlo desde lejos, sin tocar. Sin embargo, si este no es el mayor drama de la historia del club, está cerca. Y vivirlo une. Seguramente no refresca como un buen baño de junio en las Cuatro Estaciones, pero el de las lágrimas de los miles de niños que salieron desconsolados del Ciutat sí se recuerda para siempre. Porque en el fútbol, como en la vida, a una fiesta le sigue el deseo irrefrenable de otra; a un drama, la plegaria por que sea el último. 

La tristeza y el dolor siempre marcan más que el júbilo. Y esta vez la llaga escuece tanto que, a la larga, enorgullece. Aunque sea a la muy larga. Esos críos, igual que yo o sobre todo mi buen amigo Christian -él sí, criado en la resistencia con todas las de la ley, que se concentró para la final como si fuera a jugarla y la acabó amargando como si la mano de Róber fuese suya-, podrán contar a sus hijos en medio de alguna alegría futura y en Primera División que vivieron el 'Alavesazo' o, llámenlo como quieran, la patada en el estómago más brutal de la memoria del club. 

A mi amigo le tengo dicho que ser del Levante ASÍ le acabará costando un disgusto. Pero es algo superior a él. Quizá no se pueda ser del Levante de otra forma. Es igual que cualquier sentimiento de cualquier aficionado por cualquier club, solo que con el distintivo de ser del Levante. Ya está. Tan complicado y tan sencillo. Todos tienen su especial, y este es el de pelear eternamente a la contra. Por castigo, sin parar. “Puto fútbol”, suele decir Christian. Y “puto Levante”. Él, que ni se ha atrevido nunca a cantar “Peter, quédate” ni soporta las linternitas del Ciutat porque no disfruta ni siquiera de un 3-0 en la semifinal de un play-off. 

Lo suyo es sufrir, y punto. Y después de esto, si quieren y pueden, le convencen de otra cosa. Y por eso, dicho sea de paso, tampoco merece que inventen, que digan que el levantinismo escupió al cielo o que deseó el descenso de no sé quién. Ni que usen marabuntas para recordar un cartel de hace un año -desafortunado, por supuesto- que ni fue oficial del propio club -conviene no mentir, aunque ese juego sobre la línea siga sobrándole hoy al departamento- ni representa más allá de a un reducto de la sociedad granota.