VALÈNCIA. El club está en el peor momento de su historia. No por una percepción ambiental, sino por su insistencia en puntuar bajo. En cambio Mestalla está en uno de sus picos más altos de fidelidad. El estadio, en lugar de llenarse de calvas, presenta una capilaridad admirable. Se venden camisetas como churros (más turistas, más cultura de club en la vestimenta urbana... ¿pero también un interés renacido en la relación con el Valencia?).
Podría parecer una contradicción, pero resulta lógico desde la pertenencia: aunque no haya éxito, cuando el club solo se sostiene por su población, más se empodera esa gente. Aunque sea atmosféricamente, Mestalla ha incorporado la gran lección de este tiempo: solo su pueblo puede llenar el gran vacío.
Durante demasiado tiempo se han perdido energías discutiendo si llenar Mestalla era colaboracionismo con la propiedad casquivana. No tiene sentido. La razón de ser del Valencia es la propia liturgia de sus aficionados acudiendo al campo. Es el cordón umbilical del Valencia con su ciudad y sus comarcas. La deserción, aunque comprensiva, hubiera sido la victoria para quienes entienden que da igual si el club no está en ningún lado, y por tanto que 'ni tan mal' con tener una masa social flácida y desnaturalizada.
¿Cuáles son los motivos para ver el campo lleno? Intuyo que tiene relación con que este sea el equipo menos cínico que el Valencia ha tenido en años. Hecho de retales locales, la proximidad como evasión, y con un entrenador que no especula ni usa trucos populistas de garrafón, el equipo gana alianzas -desde su fragilidad-, merece la pena darles aliento. De forma silenciosa puede que se sobreponga otra capa: la revalorización de Mestalla, tras la pandemia, como campo litúrgico. Ante la amenaza de que ahora sí sean las últimas tardes en Mestalla (risas), la necesidad de agarrarse al asidero.
Los abogados del diablo argumentarán que existe un peligro: que ser del Valencia mañana pase por asumir que esta es la normalidad y que el Valencia es esto: la normalidad de aspirar a nada, más allá de no sufrir un descalabro. La normalidad del aplauso por el aprendizaje de un equipo junior en el Bernabéu o la de la impotencia en Girona. Pero esa argumentación está hecha desde la nostalgia. Si algo demostró el pasado es que la del Valencia es una historia en contra de sus propias previsiones.
No hay mejor arma para oponerse a un modelo de club desubicado que demostrar que el Valencia sí está aquí, sí está a la altura (por contra, medir esa altura pidiendo a la grada que pague la hipoteca de Lim es señalar a quien señala).
A pesar de tanto, Mestalla sigue. No es por apoteosis, es por supervivencia.