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opinión politizada / OPINIÓN

Sí, es cuestión de color

24/05/2023 - 

VALÈNCIA. España no es un país racista, aunque algunos de sus ciudadanos lo sean. Aplíquese este principio a competiciones como LaLiga o a clubes como el Valencia. Decir algo diferente es mentir a sabiendas. Bastante vergüenza nos dan las actitudes de xenofobia e intolerancia de esa minoría como para aceptar un juicio en la escena pública mundial que confunda malvadamente la parte por el todo.

Como siempre en estos debates, el objetivo es mezclar el mejunje bien mezclado para diluir los límites de la responsabilidad. Generar un puré de mierda que cubra por completo la reputación de un club; esta vez le ha tocado al Valencia CF, pero –como decía aquel anuncio- la próxima vez te puede tocar a ti. El Madrid no suele mirar pelo en este tema. Por eso, mejor separar los elementos del debate para analizarlos como toca.

El primero y más importante: Vinicius no debe ser nunca objeto de cánticos, gritos o gestos xenófobos y racistas. Punto. No tiene mayor misterio. 

Darle vueltas a sus actitudes o argumentar usando sus provocaciones como pretexto es una calamidad ideológica. De hecho, ese ha sido el error –en el que yo también incurrí, y pido disculpas por ello- en estos últimos días: los comportamientos de Vinicius son problema del propio Vinicius y del Madrid, y el foro adecuado para hablar de ello es un despacho de Valdebebas. Los episodios racistas en cualquier campo, por el contrario, son un problema de todos nosotros. Juntar ambos conceptos en el mismo espacio-tiempo sólo carga de razones a esos que llevan varios días tildando al valencianismo de ser poco menos que los herederos del NSDAP. 

Con el meollo del tema ya apuntalado, vamos con los elementos secundarios. Porque los hay. Es lo que tienen los asuntos complejos: que, por mucho que el bulldozer mediático del Real Madrid haya querido reducir el relato a un básico e infantil “Vinicius víctima, Madrid bueno, Valencia malo” –y se lo hayan comprado en gran parte del mundo-, la realidad es mucho más complicada de desentrañar.

En apenas 48 horas, el Valencia como institución ha actuado con eficiencia, rapidez y coordinación junto con la Policía para detener a los tres aficionados principales que generaron el incidente con Vinicius en el fondo sur del estadio. Por una vez y sin asteriscos de ningún tipo, el club ha estado a la altura del escudo. Sin medias tintas. Estas personas serán expulsadas de Mestalla de por vida por sus actitudes racistas. A eso se le llama actuar. Siguiente reto para la directiva: ponerle un cordón sanitario al reducto que empañó la imagen de toda la afición en plena calle y durante la llegada del autobús del Madrid. Saben quiénes son, saben dónde están y saben quiénes les apoyan.

Más puntualizaciones: una de las escasas, muy escasas notas no negativas de episodios bochornosos como el del pasado domingo en Mestalla es que, en momentos de tensión absoluta, las máximas figuras del deporte sacan a relucir su cara menos impostada. Florentino Pérez, presidente del Real Madrid, ayer: «La sociedad no se merece lo que está pasando y quiero dejar claro que el Real Madrid no va a tolerar más incidentes e insultos racistas contra ninguno de nuestros jugadores».

‘Nuestros’ jugadores.

Hace escasamente dos meses, durante un Madrid-Barcelona, varios aficionados en uno de los fondos le dedicaban un bonito “macaco de mierda” y lindezas similares a Ronald Araujo. Hay videos, eh. Florentino no consideró la necesidad de salir a hablar entonces, porque no era ‘de los suyos’. Tampoco cuando el Bernabéu –una parte significativa de aficionados- le regaló los oídos a Guardiola con cánticos homófobos hace un par de semanas. Por lo que sea, la mano que maneja los hilos en España debía tener la agenda llena al día siguiente. Una agenda que ayer incluía la exigencia de «cambiar radicalmente la estructura arbitral». Porque los insultos a un futbolista de tu club son algo que hay que atajar, claro, pero si de paso puedes aprovechar para reformar el CTA a tu gusto para que piten –todavía más- a tu favor, pues miel sobre hojuelas.

También Carlo Ancelotti sacó la patita el domingo. Este es una decepción todavía más grande, porque le consideraba un tipo sensato y honorable. Sus dos contundentes afirmaciones («cuando le ha sacado la tarjeta roja, todos le han gritado mono» y «aquí no se ha vuelto una persona loca, se ha vuelto un estadio») eran y son falsas. Y él lo sabía. En lugar de disculparse y achacarlo al ‘calentón’ del momento, permitió que la bola de nieve se hiciese más y más grande. Luego, matizó ligeramente en un tuit. Y, ya ayer y tras dos días, contaba la verdad: «Cuando me refiero al estadio de Mestalla no me refiero a 46.000 personas, sino a un grupo que se ha portado muy mal».

Ah, vale. Gracias, Carletto. Todo un detalle esa corrección. Ahora vas y se lo cuentas a las decenas de miles de aficionados al fútbol que llevan toda la semana insultando gravemente y siendo más racistas aún con Gabriel Paulista, Mamardashvili y otros futbolistas del Valencia. Al capitán del Valencia le ‘petaron’ sus redes sociales pidiendo incluso que no le dejasen volver a entrar en Brasil. Combatir el racismo siendo todavía más racista, la fórmula ganadora para esa gentuza. Jamás pensé que un tío como Ancelotti pudiese mandar un mensaje tan inconsciente que enardeciera de esa manera los instintos más bajos del personal. Como decía, una decepción mayúscula.

El despelleje en Madrid ha sido total. Sólo hay que ver el fanatismo de Ferreras el lunes en La Sexta, acosando e interrumpiendo a un cargo público –Borja Sanjuán- como si estuviesen en una taberna irlandesa a las dos de la madrugada. Sanjuán, por cierto, ha sido uno de los poquitos políticos que han salido a dar la cara por el valencianismo de manera colectiva mientras condenaba el episodio racista. Sí, ambas son compatibles.

Me viene a la mente aquella frase que Rafa Lahuerta ha manifestado en varias ocasiones: «Si no escribes tu propio relato, otros lo harán por ti». De toda esta debacle de relaciones públicas en el panorama nacional e internacional, el Valencia podría tomar nota de los muchos que han saltado a la yugular de la institución a despedazarla y de los pocos que hemos condenado el racismo, aplaudido la reacción rápida del club contra los racistas y, adicionalmente, denunciado la monumental campaña de desprestigio hacia el club. Esas cositas que, luego, a la hora de conceder prebendas a los medios de Madrid, parecen olvidarse.

Nuevamente: desde aquí, condena absoluta a lo sucedido y máximo apoyo a Vinicius y a cualquier futbolista o persona víctima de xenofobia. Aunque servirá de bien poco: el problema de que haya miles de personas simplificando y banalizando un asunto tan grave como el racismo es que bloquea la obtención de soluciones. Esta columna será tildada, sin duda alguna, de racista por esas personas. Igual que las redes sociales de quienes hemos osado contar una realidad diferente a la de la maquinaria mediática del señor ACS se han convertido en un hervidero de insultos e, incluso, amenazas de muerte. Lo de las campañas no es nuevo: ya pasaba hace veinte años en la época de Benítez –que si dopados, que si violentos, que si marrulleros...- pero ahora tienen el altavoz de Twitter, Facebook e Instagram para moldear e imponer una realidad diferente a la existente.

Ese es el verdadero drama de todo: que el ‘caso Vinicius’, en lugar de servir para proteger a los jugadores de actitudes racistas, ejemplifica la hipocresía de quienes llevan dedicadas varias maratones televisivas a lo del pasado domingo y, en su día, apenas dedicaron un pie de página al incidente de Juan Cala con Diakhaby. Porque se ha movilizado por tierra, mar y aire a LaLiga, RFEF, FIFA, UEFA y hasta países enteros cuando otros ‘items’ de igual gravedad (invasiones de campo, Fede Valverde agrediendo de un puñetazo a un compañero de profesión…) pasan de refilón por su sección de Deportes. Porque para esa gente, y España no avanzará nada hasta que cambie el asunto, toda esta problemática del racismo es efectivamente cuestión de color. Concretamente, del color de la camiseta.

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