análisis / la cantina

Siete pruebas y tres vidas

15/01/2021 - 

VALÈNCIA. Llevo tiempo sin pisar el ‘gym’. De la noche a la mañana, me aburrí. Y eso que mi entrenadora es toda una explumarquista nacional: María Peinado. Y lo mejor es que casi nadie en la sala conoce su historia. Así que hoy voy a recordarla.

María Peinado fue una de esas niñas que creció en un tiempo (nació en 1977) y en una ciudad (Jaén) donde tuvo la suerte de poder jugar en la calle. Siempre iba detrás de sus dos hermanos mayores, Jesús y Luis. Y si ellos jugaban en la calle, ella jugaba en la calle. Un día llegó alguien al colegio con información de las actividades deportivas que ofertaba el Ayuntamiento de Jaén. “Yo pensaba que el atletismo era algo de correr y poco más, y en esa época yo iba corriendo a todas partes. Si mi madre me mandaba a por un recado, yo iba corriendo”. Así que, ese día, la pequeña María, que tenía solo 10 años, cogió la información municipal y entró a casa a voz en grito: “¡Mamá, mamá, mamá, quiero que me lleves a hacer atletismo!”.

Las madre contentó a su hija y las primeras semanas la llevaba a practicar su nuevo deporte. El problema es que la pista estaba en la otra punta de Jaén y María veía a su madre, aburrida, sentada en la grada, y se temió que se fuera a cansar muy pronto. Así que al día siguiente entró en clase y convenció a varios amigos para que se apuntasen. A partir de entonces empezaron a ir juntos al salir del colegio y su madre se pudo ahorrar esos dos viajes.

En la pista, como en la calle, jugaba. Fueron pasando los años hasta que, un día, María volvió de un campeonato convertida en la nueva plusmarquista de España júnior. “Llegué a pensar en hacer solo salto de longitud, pero vi que era muy aburrido entrenar solo una prueba. Me alegro. La piña que haces con las rivales/compañeras no es lo mismo que en una prueba individual: nosotras estamos dos días enteros juntas en la pista…”.

Su entrenador, según cuenta la exatleta de 43 años, no se dedicaba al atletismo. “Él prefería priorizar otras cosas. Era muy buena persona, pero muchos días no venía y por eso entrenaba sola o a veces decidía que yo tampoco iba. Y así, casi sin entrenar, batí el récord de España júnior. Por eso, al final, se creó un punto de inflexión: ¿Sigo o dejo el atletismo?”.

Esa fue la primera de las dos veces que María Peinado estuvo a punto de dejarlo. Pero en ambos casos prefirió huir hacia adelante. Esa obstinación acabó convirtiéndola en una de las grandes heptatletas de la historia, con trece títulos de campeona de España absoluta (siete en pista cubierta y seis al aire libre) y tres récords nacionales: dos de pentatlón (4.282 en 2001 y 4.352 al año siguiente) y uno en heptatlón (5.860 puntos en 2002).

La Federación Española le ofreció una beca en la Residencia Blume y, después de meditarlo, tras hacer la Selectividad, decidió irse a Madrid para darle otra oportunidad al atletismo. Aquel cambio fue duro. “Mi hermano me recuerda con frecuencia el día que me dejaron en la residencia. Después de soltar las maletas, le acompañé hasta la puerta y que me quedé ahí plantada, mirándole como un perrito abandonado. En mi familia hemos sido una piña y de repente pasas a estar sola. Aunque estés rodeado de gente, estás sola”.

Las amistades brotaron fuera de la pista. “Yo apenas me juntaba con los atletas. Lo único que hacía allí era entrenar y así evitaba estar todo el día hablando de atletismo”. Su nuevo preparador era José Luis Martínez, que entonces era el responsable de nacional de pruebas combinadas y ya una institución. Pero no congeniaron. “No me gustó el trato que me dio como persona”, se lamenta la atleta, quien arrastraba un trauma infantil después de que sus padres se separaran cuando ella tenía doce años. “Mi padre se dedicaba a la política y no estaba mucho en casa. Hubo una vez que se afeitó la barba y me llevé un susto enorme porque me encontré en casa a un señor que no sabía quién era… Ahora tengo buena relación con él, pero durante mucho tiempo no la tuve”, aclara.

Por eso, María pensó que José Luis Martínez sería, de tantas horas que pasaban juntos entrenando, como una figura paterna. Pero el técnico se pasó de exigente con ella y aquello le afectó mucho. “La adaptación no fue fácil. Pasas de comer en casa a comer fuera. Yo llegué con 62 kilos y en unos meses me puse en 68 (mide 1,76). Mi entrenador me lo hizo ver con poca delicadeza. Y el último año ya me cansé. De hecho, aguanté cuatro años y medio gracias a Isabel Siles, una atleta de combinadas de Linares que era un referente para mí y que estaba en nuestro grupo”. En diciembre, aprovechando la concentración del sector en Sierra Nevada, cerca de casa, fue y le dijo a su entrenador que no iba a seguir.

“Ese fue mi segundo punto de inflexión. Ahí me planteé dejar el atletismo o irme de Madrid”. La solución estaba en Castellón y se llamaba Manoli Alonso. María la llamó por teléfono y le suplicó que la ayudara. La entrenadora habló primero con su antiguo técnico y después la acogió en su grupo.

La jienense no quiso mudarse a Castellón. No le gustaba. Se instaló en Valencia y cada día iba al Gaetà Huguet y regresaba a casa. “Se lo pedí a Manoli Alonso porque me gustaba cómo trataba a sus atletas, como a Agustí Félix, que no era un portento físico pero técnicamente sí era bueno; sabía sacar lo mejor de él”. Allí se liberó y el primer año ya mejoró su marca personal. “De la felicidad que tenía”, afirma.

Al llegar a Madrid, María Peinado dejó el Caja Jaén y fichó por el poderoso Valencia Terra i Mar (estuvo desde 1997 hasta 2008). Aquello creó una situación algo embarazosa. Una atleta del gran rival del Playas de Castellón iba todos los días hasta sus instalaciones para entrenarse y, en cierta forma, hacer más fuerte a su gran rival. “No fue fácil militar en el Valencia y entrenar en Castellón. Yo creo que Manoli sentía un poco de dolorcito. No por alimentar al enemigo sino porque ella vive mucho el club de Castellón. Lo viven todos muchísimo; yo creo que aquí en Valencia no lo viven tanto. Y allí no les hacía gracia. A mí me hubiera encantado, pero yo vivía sola en Valencia, tenía que pagar muchas facturas y el Valencia pagaba muy bien. Yo he sobrevivido al atletismo, no he vivido del atletismo. Yo, entre la beca de la RFEA y el club, ganaba unos 20 o 25.000 euros”.

Aún así solo hay palabras de agradecimiento hacia su entrenadora, que nunca le reprochó nada. “Me ayudó mucho y yo creo que también aporté valor a su grupo. Las chicas que tenía empezaron a empoderarse y crecieron conmigo. Manoli siempre tuvo un grupo muy majo. Yo estoy segura de que si hubiera entrenado con ella desde pequeña, mis marcas hubieran sido mejores. Manoli sabe mucho, muchísimo. Se preocupa mucho de cómo hacer las cosas. Y si no sabe algo, no tiene problema en preguntar a otros entrenadores”.

Al año batió su primer récord de España absoluto y al siguiente, en 2002, vivió el mejor momento de su carrera deportiva: las plusmarcas absolutas en pista cubierta y al aire libre, un séptimo puesto en el Europeo ‘indoor’ de Viena y su presencia en el Europeo de verano en Múnich. “En Sevilla, donde batí el récord de España en pista cubierta, es donde más he disfrutado compitiendo. Estaba toda mi familia y todo mi grupo de amigas en la grada. Fue impresionante. Y encima tengo el recuerdo de correr el 800 como si fuera flotando. Lo disfruté mucho porque salía todo fácil”.

Cuando intuyó que le quedaban cinco años como deportista de élite, se puso a estudiar Educación Física. Así llegó a 2009, el año más cruel que recuerda. “Lo tengo clavado. Ese invierno pude haber hecho otro récord de España, pero mi entrenadora se despistó… Se despistó con Bárbara Hernando y ahí se me escapó el récord. Ojo, este último acto no empaña todos los buenos años que pasé a su lado, pero se despistó. Un día dejé de ir a entrenar. Y luego le siguió otro. Y otro. Y así dejé el atletismo. Y nadie me llamó a preguntarme qué pasaba. El último año ya no tenía beca y aún así gané el Campeonato de España y casi batí el récord nacional pese a que nadie daba un duro por mí. Así que me puse a trabajar”.

Peinado se marchó quemada. Y durante años no quiso saber nada del atletismo. Hasta que un día, en la urbanización de L’Eliana donde vive, se encontró con Concha Montaner, la gran saltadora de longitud de este pueblo. “Me dijo que no estaba bien. A mí me sorprendió que estuviera con Rafa Blanquer. No entendía nada. Me preguntó si yo la entrenaría y le dije que no. Ya había pasado por el alto rendimiento y no quería entrenar a nadie. Estaba cerrada en banda. Luego llegó Veni (Venancio José Murcia, explurmasquista español de 60, 100 y 200 ,y marido de Montaner). No sé cuántas veces me lo preguntaron. Un día me invitaron a cenar a casa y me hicieron una encerrona. Tenía una amistad de años con ella y le dije: ‘Vamos a ver cómo funciona’. Pero le dejé claro que no estaba para tonterías y que, si aceptaba, iba a entrenar de esta manera y a comer de esta manera. Si no, que no empezáramos. Me prometió que iba a hacerme caso y la verdad es que después me lo hizo y fue muy aplicada”.

Juntas lograron el objetivo que se marcaron: una plaza para los Juegos Olímpicos de Río, en 2016. La mínima llegó en la prórroga y de penalti. El último día en la altitud de Sierra Nevada. “Pero lo conseguimos. Concha no necesitaba entrenar tanto como antes y me centré en la velocidad y la fuerza. La pretemporada fue haciendo paleotrainnig -María es propietaria de un centro dedicado a este tipo de entrenamiento funcional en Valencia-, que lo odiaba, pero le pedía que confiara en mí y en el paleo. Solo hacía paleo. Y cuando empezó a correr series, no se lo podía creer. Pero es que el paleo funciona… El día que hizo la mínima para los Juegos de Río en Sierra Nevada viví un subidón enorme. ¡Si hasta lloré! No he llorado con mis éxitos y lloré con el de Concha. Fue espectacular”.

Pero aquello también se terminó y María volvió a desconectarse. “Me dio un poco igual que Carmen Ramos batiera nuestro récord de España (Bárbara Hernando lo igualó, mismos puntos, misma marca, tiempo después) y pensé que ya era hora. Lo tuve 16 años. Carmen debía ser una niña muy pequeña cuando yo lo batí. El problema de Carmen Ramos y Claudia Conte es que les ha tocado vivir la época de María Vicente. Es un portento. Un portento físico y mental”.

Bueno, en realidad puedo decir que soy como María Peinado, que un día dejé de ir a entrenar y ya no volví…



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