VALÈNCIA. En 1963, Sergio Leone, un cineasta que hasta entonces solo había firmado una película y había sustituido en otras dos a directores de éxito, se marchó a Almería a rodar un western. Rodar una película del Oeste, un género cinematográfico que se daba por acabado tras el periodo de esplendor que había alcanzado las dos décadas anteriores gracias a John Ford o William Wellman, era una idea descabellada, más si los escenarios no eran los clásicos de la imponente América de las grandes praderas, sino un desierto perdido en Andalucía. Además, el protagonista de la película era un actor norteamericano de segunda fila, que solo había gozado de cierta fama por haber trabajado en una serie en la televisión estadounidense, y la banda sonora era obra de un amigo personal de Leone, un compositor desconocido incluso en Italia, su país natal. Todo apuntaba a que aquel filme sería pasto de sesiones triples en los cines de reestreno, tan populares en la época, y a que, con los años, dormiría en el olvido como tantas y tantas películas de serie B.
Para sorpresa general, 'Por un puñado de dólares', que así se titulaba la película, obtuvo un éxito inesperado y dio lugar a la llamada 'Trilogía del dólar', tres filmes de culto (el citado más 'El bueno, el feo y el malo' y 'La muerte tenía un precio) que forman parte de la historia del cine. Aquellas tres cintas son los emblemas del spaguetti western, un género con vida propia, como revisión crepuscular del western clásico, que se convirtió en tendencia cinematográfica durante las décadas de los 60 y los 70.
El secreto del inopinado éxito de la trilogía de Leone tiene que ver con sus expectativas. Los triunfos son más sabrosos cuando nadie los espera. Hace casi 20 años, el 30 de enero de 2001, Rafael Benítez, entrenador del Valencia, convocó a los medios de comunicación locales para mandar un mensaje insólito. A falta de 16 jornadas para la conclusión del campeonato, decía Benítez que su equipo estaba en condiciones de ganar la Liga si todos los estamentos que rodean al club hacían frente común para lograr tal empeño. El Valencia, que había mostrado hasta entonces una regularidad más cercana a la mediocridad que a la brillantez, se encontraba en tercer lugar de la clasificación a cuatro puntos del líder, el Real Madrid, por lo que las palabras de su entrenador parecían más un gesto de ánimo para afrontar el tramo final de la competición con el ímpetu necesario para clasificarse entre los cuatro equipos que jugarían la Champions League la temporada siguiente, que la demostración de una visión clarividente de que el utópico objetivo de volver a ganar la Liga, 31 años después del último título, estaba al alcance del equipo. Nadie, ni sus propios jugadores (como han confesado con posterioridad), creyeron a aquel entrenador clarividente que finalmente acabó guiando al equipo al título. Benítez fue entonces, como Leone muchos años antes, el único que creyó que su obra podía pasar a la historia.
Hoy vuelve la liga para el Valencia. Si echamos la vista atrás y recordamos cómo estaba el equipo hace tres meses, cuando se interrumpió la competición, recordaremos un grupo fatigado, a punto de quedarse sin gasolina por las lesiones y los contratiempos sufridos (muchos de ellos provocados por la insólita capacidad de los dirigentes del club para poner palos en las ruedas del desarrollo deportivo) y con más pinta de completar una temporada mediocre y en absoluto memorable que de conseguir los objetivos con los que arrancó la temporada. Sin coronavirus, a estas alturas del año estaríamos hablando, muy probablemente, de otra temporada tirada a la basura y de las funestas consecuencias (falta de ingresos económicos, reducción de la calidad de la plantilla, cambio técnico y salida de futbolistas importantes) que eso conllevaría.
Pero el campeonato vuelve de manera inesperada, con cambios en su formato (partidos a puerta cerrada, sin el factor campo como elemento significativo) y en sus reglas (dos sustituciones más por partido y la incógnita de saber qué pasará con los jugadores que acaban contrato a final de este mes). Una nueva oportunidad, en fin, para el Valencia, como si el destino quisiera reparar el hecho de que fuera el equipo más perjudicado por el maldito virus. Y el Valencia llega a esos once partidos como Leone marchó a Almería. Sin nada que perder y con la oportunidad de convertir esta liga en una spaguetti liga. Hay en juego mucho más que un puñado de dólares.