VALÈNCIA. Dijo una vez Napoleón que la gloria es fugaz, pero el anonimato es eterno. Y la plantilla del Valencia CF parece que quiere hacer historia este año a base de poner a prueba la capacidad cardiovascular de su afición. Sí, en el fútbol (también en la vida) el pasado no tiene lugar en el día a día: solo importa el presente y el inmediato futuro, aunque la Historia sea, en el fondo, un peldaño de tu pódium o una losa en tus tobillos.
Este equipo sabe que su tiempo es ahora, que es centenario es hoy y que mañana ya será tarde para escribir una página más dentro de la gloria— fugaz, sí— de este club. Peor sería, sin embargo, no escribir nada, pasar sin hacer ruido, quedarse al margen de un recuerdo, hundirse en la frialdad de las estadísticas amontonadas en bases de datos incapaces de recordar ni un solo nombre. La plantilla quiere saborear la gloria efímera de un título, ver cómo se adorna Valencia con sus colores, cómo la gente corea su himno, sus nombres, cómo celebra cada gesto, cada palabra al micro, cómo levantan una y otra vez una copa. Sí, eso quieren, eso queremos, pero queda mucho y debemos aprender a sufrir. Y supongo que esta consigna es la que tienen ahora en su mente y se han empeñado en hacernos sufrir partido tras partido. A mí el cuerpo ya no me da para más sufrimiento, lo digo de verdad: yo no sé si es que se sienten más cómodos en la locura o es que no saben jugar con tensión cuando nadie les amenaza directamente y les pone contra las cuerdas.
No creo que Marcelino celebre esta situación, aunque algunos resultados sean positivos: me pongo en su piel y debe ser tremendo ver cómo tu equipo es incapaz de cerrar un partido que tiene controlado. Y más considerando que Marcelino es un adicto al orden, a la mesura, al rigor táctico. Deberíamos ver cuántas calorías quema este hombre en la banda, aunque esta tensión me explicaría también los tirones que a veces le dan. No quiere el míster vivir en el filo de la navaja, pero vive en él, constantemente. Los jugadores, por su parte, parecen asumir que la apuesta segura no es la tranquilidad, sino el vértigo electrizante de sus ramalazos futbolísticos y de sus contras delirantes: no defienden igual, no atacan tampoco igual cuando las cosas van demasiado bien. Esto es el Valencia CF, y aquí nunca nada estará “demasiado bien”. A lo mejor saber esto nos ayudaría a soportar estos estados emocionales tan extremos que nos hacen vivir jornada tras jornada.
Lo que sí tengo claro es que existe plena confianza entre la plantilla y el entrenador y que esto es recíproco. Y a poco que todo se ajuste también hay confianza entre el club (en todos sus estratos) y la afición. Es verdad que la afición del Valencia CF quiere emociones fuertes, pero no situaciones límite, donde tan pronto estamos henchidos de euforia como se nos llena el pulmón de desánimo: véase el jueves pasado. El equipo debe serenarse algo más en situaciones de control y digo esto desde la tranquilidad que te dan un par de resultados positivos. Hay que madurar de una vez y equilibrar la parte defensiva y la ofensiva. También debemos mejorar la precisión y la toma de decisiones una vez llegados a la frontal del área rival, porque ahí es donde se nos acaban las ocasiones y la transición de juego. También es donde provocamos que la definición cara a puerta no sea mejor, porque el pase previo al remate no fue bueno o no era la mejor de las opciones posibles. Y sí, es fácil ver el fútbol desde fuera, lo sé; pero es cierto que a veces la imprecisión en la zona ofensiva nos perjudica sobremanera y que mejorando un poco esa estadística el Valencia CF, este mismo equipo con estos mismos jugadores, estaría pelando más firmemente por otras metas más ambiciosas aún. Me basta recordar el partido en Old Trafford contra el Manchester United. Para evidenciar a qué me refiero.
Me gusta que el equipo piense que la victoria siempre está en su mano, incluso cuando va por detrás en el marcador. Esos tirones de pundonor, de entrega, de orgullo y de esfuerzo me conectan, como aficionado, a la plantilla. Me sobra cierta dejadez que sienten durante el partido en algunas ocasiones y que acaba, a veces, en una inaceptable relajación que solo nos ha dado disgustos innecesarios. Por otro lado— o a consecuencia— lo de las taquicardias habrá que analizarlo con calma, porque parece que ese latido acelerado de la afición marca el corazón de la plantilla y les hace más letales frente al rival. Creo que, sin sufrimiento, este no sería nuestro equipo y por eso somos valencianistas ¿no? Sabemos disfrutar de esa gloria fugaz porque comprendemos el olvido del anonimato: eso es ser un equipo grande con espíritu humilde y todo lo demás, simples dioses de barro, morralla para la historia.