opinión

Tenemos pan, tenemos vino, tenemos a Marcelino

El regreso a los orígenes, y a las decisiones cabales, es lo bonito que tiene la designación de Marcelino. Recuperar al tipo áspero, austero, trabajador, un culo inquieto y controlador que revoluciona a un club entero activando hasta al cocinero de las veces que entra a ver si está siguiendo la receta...

17/05/2017 - 

VALENCIA. Contaba Pep Claramunt que Di Stéfano les exigía tanto, les presionaba de tal modo, que acababan los entrenamientos a golpes. La saeta puso fin a otra tradición ancestral en aquel Valencia de Varón Dandy sacando a trompazos a directivos incrustados en el vestuario, y muy dados a dar alineaciones o cambiar jugadores al descanso.

Un tipo antipático el argentino, que infundía respeto, capaz de planchar con una simple frase al más pintado. Es el estereotipo del míster que desde tiempos ancestrales triunfó en Mestalla, y que puede encontrar su génesis en el inglés Jack Greenwell. Obsesivo, inventor de la pretemporada e introductor de la figura del preparador físico, aventurero que durante sus días mozos recorría los cabarets de Barcelona arrastrando de la oreja a todo jugador encontrado allí a deshoras, porque ya en los años 20 hablaba de la importancia de la dieta y el descanso en el rendimiento del deportista.

Una lista extensa ocupada por Encinas, Pasarín, Quincoces, Scopelli... dejándonos como último miembro a un Benítez a quien su plantilla llamaba El Diego, riéndose a sus espaldas, y tan harta que incluso tipos ponderados como Baraja acabaron hasta el pirri de él.

Trata de personajes que en el corto plazo queman, pero que en el largo no hay quien no reconozca que les hicieron mejores de lo que eran antes de su llegada.

Aun siendo conocedor de ello, el Valencia acostumbra a contradecirse y traicionarse cada cierto tiempo desviándose del camino una vez encuentra el éxito. Enloquece al triunfar. Como aburrido de mantener un modelo, a un Espárrago siempre le siguió un Hiddink. Y con ello épocas de zozobra y naufragios sonados.

El regreso a los orígenes, y a las decisiones cabales, es lo bonito que tiene la designación de Marcelino. Recuperar al tipo áspero, austero, trabajador, un culo inquieto y controlador que revoluciona a un club entero activando hasta al cocinero de las veces que entra a ver si está siguiendo la receta. Un pollastre que implementa y mejora métodos e instalaciones, que no duda en agarrar el cartabón y medir si el jardinero cortó el césped a la medida indicada, abroncándole si quedó a dos milímetros.

Esa clase de entrenadores que buscan la ventaja desde el rigor y el estudio, que viven por y para la profesión explotando al máximo cualquier recurso del que disponen por escaso que sea, en aras de mejorar a sus futbolistas, es el perfil que llevamos reclamando durante años.

Y es, además, la ilusión contenida que se esconde tras su contratación. Porque somos conscientes todos nosotros que en un enclave climático tan bondadoso, con unas tentaciones nocturnas tan grandes, y con unos sueldos tan elevados, la máxima exigencia es la única manera de obtener rendimiento de jugadores instalados en un club tan dado a la autocomplacencia.

Claro, que todo lo que es virtud en él también puede resultar un inconveniente. Porque MiniMou es de los que caen mal en sala de prensa, donde en el fútbol de hoy importa más lo que se diga en ella que lo que se haga en el césped. Aunque con los complejines que abundan en esta ciudad, y lo acostumbrado a meterse en jardines que está Marcelino, no extrañaría que un día dijera algo, en Madrid le contestará algún cromagnon, y veamos a Valencia entera haciendo piña alrededor de su entrenador fomentando una unión en el entorno rara vez observada.

Pero todo eso no son más que complementos, artificios para columnas como esta con los que vender algo en días parsimoniosos.  Lo capital está en ver cómo evolucionan esos cambios que dieron apariencia de entidad deportiva al guirigay padecido durante los últimos 24 meses; porque sólo tendrán sentido si Peter Lim dio realmente un paso atrás. Y ahí está el riesgo, el factor fracaso, el motivo que llevaría a Marcelino a dimitir a una semana de empezar la liga, o a cuatro del comienzo.

Es lo que tiene contratar entrenadores de esta índole, que debes cumplir lo prometido, y respaldarle en lo razonable para que tenga sentido su llegada.

Ya que si en lugar de missign para siempre (¡ojalá!) Lim está engrasando el avión para volver a hacer de las suyas en Ibiza, de nada habrá servido tanto meneo de estructuras y designaciones acertadas porque el problema seguirá campando a sus anchas. Hasta que Mestalla lo eche a patadas.