Hoy es 6 de octubre
VALÈNCIA. No resulta fácil dilucidar quién espera con mayor ansia el pitido final de esta tarde en El Alcoraz oscense. Porque, si los futbolistas tienen ganas de que termine la temporada, la sufrida afición valencianista no le va a la zaga. Y es que se ha hecho larga, demasiado larga desde que en verano se consumara una de las mayores fechorías presenciadas en nuestro fútbol a cargo de unos dirigentes que engañaron de manera inmisericorde a los aficionados y a su propio entrenador al vaciar la plantilla y no contratar los necesarios refuerzos que llevaban todo el verano cacareando... hasta hoy. Desde la peregrina excusa, divulgada entre bambalinas, de no reforzar la plantilla por la supuesta información privilegiada que Lim tendría y que apuntaría a una interrupción abrupta de la Liga por el Covid 19, hasta la destitución del entrenador pagando el finiquito cuando no habían aceptado su renuncia en el mes de octubre, han pasado muchas cosas y mucho miedo. El equipo, dejado de la mano de Dios, ha coqueteado peligrosamente con la zona de descenso mientras el aficionado masticaba temor y rabia sin poder poner un pie en Mestalla y sin tener la oportunidad de ‘cantar las cuarenta’ a los responsables de tan doloroso quebranto.
El Valencia de esta temporada ha producido mucho dolor entre quienes lo sienten de verdad y sufren viendo a su equipo cotizar a la baja, cuesta abajo y sin frenos pero, pese a lo lacerante del dolor infringido, posiblemente lo más peligroso sea la desafección que se va abriendo camino entre la entidad y el aficionado. El daño deportivo que le están haciendo al Club va a quedar reflejado en los anales de la historia y hará falta cierto tiempo y mucha cabeza -la que no tienen- para reconducir las cosas hasta que se recomponga una política de lo deportivo en la que prevalezca el mínimo de profesionalidad exigible al Valencia CF pero la brecha social abierta es, si cabe, más grave todavía. Han exprimido al máximo la impunidad que les ha brindado la pandemia, con los aficionados confinados primero, sin posibilidad de movilizarse masivamente después y alejados de Mestalla durante toda la temporada. Han provocado impunemente al valencianismo con una colección de comunicados delirantes. Han aprovechado la coyuntura para sacar a los accionistas de la Junta General elevando hasta el infinito el número de título con los que poder acudir al único foro que el accionista conservaba para debatir acerca de la vida de la sociedad. Han aprovechado de manera absolutamente miserable el definitivo adiós de leyendas del Club. Se han permitido el dislate de entablar una pelea de la más baja estofa con las más altas instituciones de los valencianos cuando lo que, desde las mismas, se les reclamaba era que aprovechasen el favor recibido. Se han subido a cada carro que pasó por la puerta para crear una cortina de humo como si existiese cortina de humo capaz de tapar las llamas que ya asoman por la techumbre del club y, después de haber bloqueado a un buen número de seguidores en las redes sociales oficiales, han cortado por lo sano imposibilitando los comentarios libres en dichas redes.
En realidad les importa un bledo lo que opina el aficionado y que la medida adoptada sea más propia de Korea del Norte que de una bella y hospitalaria ciudad mediterránea asentada en unos valores democráticos que detestan. Les sobramos todos.
Hoy se termina el suplicio que ha supuesto, a lo largo de la temporada, sentarse ante el televisor a ver sufrir a un equipo sin brújula, pero el desprecio sigue manando sin freno del puente de mando y se proponen volver a aplicar sus cuidados como el cutre curandero que se dispone a curar una enfermedad terminal con unas alas de mosca y un extracto de placenta de puerca vietnamita. Se acaba una temporada para olvidar. La enfermedad sigue ahí.