Toda una generación esperando un Valencia-Barça de verdad. Ocurra lo que ocurra ese no será el de mañana. Se trata de volver a tener un equipo hambriento capaz de liársela a los demás. Eso sí debería empezar a cuajar a partir de mañana. Una pequeña esperanza...
VALENCIA. Pertenezco a una generación que ve los Valencia-Barça de ahora con la misma abulia que las hordas de fans de triunfitos se han detenido ante el revival de OT.
Esa mi generación no atendía a los Valencia-Barça con la inferioridad del que entona deseos mustios (“con que el Valencia compita…”, “hay que plantar cara…”) si no con una voluntad salvaje de acribillar a un rival que entonces lo era en el sentido más amplio. Salvaje es lo que salva, según el aforismo. Esa generación bebió en las rutinas de lo salvaje; su equipo recibía lo blaugrana con bendito gesto pendenciero. Se perdía muchas veces, se ganaba otras tantas, perduraba la voracidad del que se sabe con fuerzas para tumbar por KO al norteño.
Los que formamos parte de esa generación terminamos por hacernos caprichosos y malcriados, crecidos a las faldas de una madre Valencia que empezó a dar todo lo que se le pedía y a callar las bocas a base de voleas retumbando. El lunes de gloria en el que una manada de perdedores reventó el Camp Nou con Ortega emborrachándose de gol y Morigi notificando un vuelco histórico, los del VCF empezaron a ser ganadores. Un entrenador italiano con colmillo y costra levantaba los brazos pelín incrédulo. No caigan en la tentación de trazar paralelismos. Nada que ver.
Esa noche la generación a la que pertenezco todavía no sospechaba lo que estaba por venir, pero en ella inoculó el vicio del éxito que iría arrasando nuestro cuerpo hasta hacernos unos hedonistas de salón aletargados por la victoria. Fue la pérdida más gloriosa de la virginidad competitiva. Desde entonces no paramos de pedir más y más. Qué íbamos a hacer.
Lo del Piojo profanando al ejército desarmado de Montalbán terminó siendo el mejor anuncio publicitario para una era. Aquel VCF había dejado de mirar con inferioridad al prójimo, y lo trataba con el mayor de los respetos: destrozándolo.
Bien, nuestra generación lo tuvo. Una saga de Valencia-Barça de intensidad nuclear. La generación que vino después, a la que han acunado con Los Manolos de ruido de fondo, sigue buscando, huérfana de un partido definitivo contra ellos.
Curiosamente cuando peor le ha ido al Valencia mejor se le han dado sus duelos en casa frente al barcelonismo. Pero faltaba todo lo demás, faltaba la verdad de dos rivales golpeándose por una misma ración. No ha dejado de ser un simulacro. Y ahí sigue. La decadencia en el enfrentamiento ha llegado a tal extremo que ahora se juegan a plena luz del día, a las cuatro de la tarde de un sábado, perdiendo su nocturnidad imprescindible.
Toda una generación esperando un Valencia-Barça de verdad. Ocurra lo que ocurra ese no será el de mañana. Se trata de volver a tener un equipo hambriento capaz de liársela a los demás. Eso sí debería empezar a cuajar a partir de mañana. Una pequeña esperanza.