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opinión

Todo es posible

19/11/2019 - 

VALÈNCIA. Las semanas de convocatorias internacionales se parecen a esas jornadas de reflexión y meditación, en las que, supuestamente, todo entra en calma, se normaliza y se ve con perspectiva. Es verdad: a mí me ha servido para quitarme a la propiedad de la cabeza, para tomar aire y que me vuelvan las ganas de hablar de fútbol: que si el míster pone a este y debería ser el otro, que si fulanito no está a su nivel, que si menganito está que se sale, que si ese joven merece más minutos, que si el otro ha jugado demasiado…pero haciéndolo desde el convencimiento de que todo rueda correctamente donde tiene que hacerlo. Esa tranquilidad es necesaria, tanto para la plantilla como para el cuerpo técnico, para quienes trabajan en el club y para los aficionados. Y aquí debe reflexionar también la propiedad: quizá tienen que ser igual de discretos cuando comience de nuevo el balón a rodar y no solo ahora, porque nos va mejor a todos y todas.

A mí me motiva más pensar que la plantilla se ha conjurado para sacar este proyecto adelante y lo ha hecho, de nuevo, uniéndose a su técnico. Y digo que me motiva porque la última vez que esto ocurrió nos llevamos la Copa del Rey y nos clasificamos para la Champions. Me da bajón pensar que, quizá, esa fuerza del vestuario se vea mermada por la necesidad imperiosa de vender y por las ganas de hacerlo, que no son la misma cosa. Me consta quiénes quieren irse de inmediato y quiénes ya le han pedido al club que busque una buena salida, pero también se quedarán si la situación se reconduce y se les convence de la estabilidad perdida. Quizá Meriton esté algo alertada del poder que ahora mismo tiene la plantilla, que evita despidos y provoca otros, sin pudor alguno y con argumentos convincentes. Tal vez se le quiera quitar al grupo ese poder, que no deja hacer y deshacer al antojo de nadie y que, por el contrario, es capaz de contravenir las decisiones, algo caprichosas, del propio club. Hipótesis que uno se hace en largas jornadas de reflexión, como esta.

Pero, a todo esto, lo que me pide el cuerpo es que vuelva el fútbol a lo grande: el Valencia tiene dos partidos importantes a la vista y la victoria en los dos va a marcar el futuro de todos: por un lado, en tu liga te auparía ya a unos puestos europeos, más acordes a tus objetivos, lo que serenaría muchísimo la convulsa situación vivida a comienzos de temporada y daría un equilibrio al vestuario, con un Celades más reforzado. Por otro lado, en la Champions, porque tu victoria asegura pasar a la siguiente ronda y un montante económico fundamental para la toma de futuras decisiones. Pero nada de esto va a ser fácil, ya que son rivales importantes y, como tú, están necesitados y tienen sus armas afiladas y a punto para hacerte daño. La pregunta, en todo caso, sería: ¿les vamos a regalar media parte?

Este es, quizá, el tema que me genera más controversia cuando vengo a hablar de fútbol: ¿por qué al Valencia le cuesta tanto atar el primer tiempo? Y llego a mis conclusiones, que no quieren ser paradigma de nada, sino simple fruto de un largo y tedioso tiempo de silencio futbolero a costa de los partidos internacionales: el Valencia no busca imponer su juego en la primera parte, sino que deja que el rival haga una fuerte presión y se desgaste, tirando, además, las líneas mucho más atrás y haciendo que el campo se haga muy largo, incluso, para el propio contragolpe suyo, aunque esas salidas largas también provocan desgaste en el rival. Si la cosa sale muy bien, puedes ponerte por delante en el marcador; si la cosa sale solo bien, dejas tu marcador a cero y das la sensación de estar sometido, aunque no lo estés; si la cosa sale mal, se te han puesto por delante muy rápido; y si la cosa sale muy mal, te golean. De momento, ha habido de todo un poco, aunque lo más habitual ha sido que la cosa ha salido bien y mal, las dos piezas de en medio ¿Pero qué ocurre en las segundas partes? El Valencia adelanta líneas y comienza su propia presión más intensa y a la altura de tres cuartos, pero no lo hace de inmediato, sino a los cinco o diez minutos de haber comenzado el segundo acto. A partir de ahí, el equipo rival, que se ha exigido mucho, baja su ritmo físico y tú comienzas a mover más y mejor el balón, de un lado a otro, hasta que, en la última media hora, te decides a jugar más vertical, abriendo el campo por las bandas. Tu juego, entonces, vive de la variación del toque al frenético correcalles de las contras. Tu intensidad física también es muy grande, de ahí las muchas lesiones musculares y los goles que has recibido a última hora, a veces ya por agotamiento. Es una estrategia de juego y desarrollo, tan válida como otra cualquiera: si te sale bien, serás un genio y si no, pues te crucificarán. Todo esto lo digo porque, en estas jornadas de reflexión, me dio por ver partidos del Valencia para intentar comprender a qué juega el equipo y por qué las primeras partes son como son. Claro, quizá el tedio me ha hecho ver lo que no hay y todo sea fruto de unas cábalas mías; o quizá no, y realmente el Valencia esté jugando a marcar otros ritmos que sean distintos a lo que solemos debatir y discutir cuando estamos viendo el partido. Todo es posible en este Valencia CF.

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