VALÈNCIA. “Cuando el trueno encontró al relámpago”. Así rezaba el mítico cartel que anunciaba una de las mejores peleas de la historia en el Hilton Center de Las Vegas un 17 de marzo de 1990. La pelea batió el récord de taquilla en pago por visión, sirvió para que el crápula Don King se forrase y para que el mundo pudiera asistir a una tercera guerra mundial ante Julio César Chávez, el mejor boxeador del mundo libra por libra después de Alí, contra Meldrick Taylor, un portento. Uno era un trueno mexicano y el otro, un relámpago norteamericano. Quien tuvo la fortuna de ver aquella pelea no podrá olvidarla jamás. Nunca dos boxeadores tan distintos dieron un espectáculo tan grande, ni protagonizaron un final tan dramático. Pero volvamos al trueno y al relámpago. Y al fútbol.
Ambos fenómenos se están encontrando en el mismo vestuario y ambos con los dueños de las alas de este Valencia. Si la luz que provoca el rayo es el *relámpago y al sonido que genera se le llama trueno, José Luis Gayà es un relámpago y Daniel Wass, un trueno. El de Pedreguer es uno de los mejores laterales del fútbol mundial, un competidor insaciable, un tipo con unas condiciones naturales prodigiosas y una ambición desmedida. Cada vez que el Valencia descarga una tormenta perfecta de fútbol, el alicantino es el relámpago incansable que ilumina el carril de las praderas de Mestalla. Su imagen, ya icónica, abandonado el campo extenuado en camilla, porque no podía levantarse después de un esfuerzo titánico, ya forma parte de la historia del club.
Al otro lado, no del ring, sino del campo, asoma Daniel Wass, el trueno que está empezando a retumbar en Mestalla y que, cada día que pasa, demuestra que su fichaje fue un enorme acierto por parte del club. El guerrero de Gladsaxe, que no es rápido pero sí fiero, que no es un gran regateador pero sí un enorme competidor, está siendo el ruido atronador que complementa al relámpago de Gayà. En un Valencia creciente, que aún trata de incorporarse después de las turbulencias vividas por el adiós traumático de Marcelino y Mateu, el vestuario está demostrando madurez para dejar de jugar por convicción y hacerlo con profesionalidad. Y ahí, en ese contexto complicado, es donde está surgiendo lo que es una auténtica bendición para Celades. Las alas de este Valencia.
Más allá de la potente e irrefrenable explosión de Ferran Torres, el mejor juvenil de España, los costados del equipo che supuran compromiso y entrega. Wass y Gayà, Gayà y Wass, son dos de estos tipos que cualquier compañero quiere tener en su vestuario. Con ellos se puede ir a cualquier guerra y el público lo sabe. Quizá no sean los jugadores más mediáticos, queridos o admirados por Mestalla, pero su aportación está siendo más que decisiva en un equipo empeñado en sostener un club con tendencia a la autodestrucción. En Valencia han encontrado su trueno danés y su relámpago alicantino. Que dure.