Hoy es 16 de octubre
VALÈNCIA. No lo puedo evitar. Pensar en la final de la Copa del Rey me toca la fibra de forma genuina y francamente especial. Vale, sí, entiendo que para todo el mundo que sienta estas colores es una alegría inmensa y que resulta imposible no compartir esa alegría con la gente con la que convives en el día a día. Y sí, me alegro un disparate por todos los jugadores del Valencia que el pasado jueves salieron al balcón de Mestalla para celebrar ese pase a la final de forma auténtica y rotunda. Pero al margen de los jugadores e incluso al margen de todos esos valencianistas que llevan un par de días dando botes de alegría yo tengo que contarles una pequeña y casi tonta anécdota personal que me sigue llenando el corazón de una forma muy especial pese a llevar muchos año rodeado de fútbol. ¿Y de qué se trata? Pues se trata de algo muy simple, de algo poco deportivo, pero de algo tremendamente entrañable e imposible de quitármelo de la cabeza. Les cuento.
MINUTO 56 DEL PARTIDO
Valencia y Betis peleaban por un puesto en la gran final de la Copa y todo parecía medianamente complicado para el Valencia, con un Jaume convertido en figura, hasta que llegó el minuto 56 del partido y se hizo la luz y la alegría desbordante con ese gol de Rodrigo que insuflaba una dosis tremenda de tranquilidad y de alegría para todo aquellos, mejor dicho 'para todos nosotros', que sentimos algo especialcon el Valencia y veíamos que nuestro sueño estaba a un paso de cumplirse. Y pasó algo especial. Yo me encontraba en casa con el ordenador esperando mis comentarios y mi crónica pero viendo el partido por la tele con los nervios a flor de piel. Y fue un instante especial e inolvidable para un veterano como yo. A mi lado, enfermo pero tumbado en el sofá y dando vueltas, se encontraba mi hizo mediano, valencianista de corazón pero tan joven de edad que nunca ha vivido ningún triunfo de nuestro equipo -tiene ocho añitos- en todo su corta vida. Y fue en ese momento, en ese minuto y con ese gol, cuando el júbilo se coló por una rendija que mi casa y cuando Juanito, feliz y gritando, se puso a dar botes e pié y se me quedó mirando con cariño y le salió un abrazo especial y cariñoso que me resulta del todo inolvidable y algo alucinante también.
ESTÁBAMOS EN LA FINAL
Y fue un instante mágico y casi divino. Ese abrazo, esa cariño, no solo provocó que se me saltaran las lágrimas de una forma entrañable y enormemente cariñosa. Ese abrazo de un valencianistas que por primera vez en su corta vida sentía que su equipo llegaba a una final me hizo sentirme un tipo especial y orgulloso. Fue un abrazo enorme repleto de alegría y de pasión. Y con una cara inmensa de felicidad llegamos al final de partido sintiendo yo que mi hijo, por primera vez en su corta etapa de ser humano, iba a vivir, o estaba viviendo, algo distinto y inolvidable y por supuesto nuevo para él y para su corta trayectoria y edad como ser humano. Y les digo una cosa. Hoy debería escribir de la gesta del Valencia y de todo lo que implica semejante gesta. Pero sigo tiritando como un viejo aficionado por ese abrazo enorme repleto de cariño y de alegría. Y no lo puedo evitar ni lo quiero evitar de recordar tan pronto. Las lágrimas me caían por los ojos de forma indisimulada y la alegría me inundaba todo me cuerpo de forma genuina y especial. El mérito estaba ahí. El Valencia había pasado a la gran final de la Copa. Y la alegría inundaba a todo el valencianismo.
ME QUEDO CON ESE ABRAZO
Pero yo no lo puedo evitar. Acabó el partido y me puse a trabajar como un bestia para que todo lo que estaba escribiendo llegara a una hora correcta para su destino final. Y sí, mientras escribía y Mestalla explotaba de júbilo junto a sus jugadores, me acordaba de muchas situaciones y de muchos detalles inolvidables. Y acabé de escribir. Y me quedé mirando y repasando las redes sociales envuelto en un cariño especial. Y en esa estaba, ya con mi nano en su cama nada más acabar el partido, cuando me acordé de su abrazo con el gol de Rodrigo y se me cayeron las lágrimas de forma personal e indisimulada. Sí, el Valencia estaba en la final de Copa y la alegría era inmensa. Para mi en ese momento todo se convirtió en una noche especial. Y sí, a lo largo de mi historia personal ya he vivido alguna final como la que nos espera a la vuelta de la esquina. Pero estaba emocionado a lo bestia. Miraba a la gente disfrutando por las redes sociales y de pronto me acordé a lo bestia de ese abrazo de mi hijo con el gol de Rodrigo. Y me puso como un flan a llorar de forma indisimulada pero con una media sonrisa de oreja a oreja. La final ya estaba ahí... pero para mi ese abrazo de Juanito si se quedará grabado en mi memoria para el resto de los días. Fue un abrazo inolvidable que no podré olvidar jamás. Amunt señores. ¡Lo hemos conseguido!