VALÈNCIA. El Valencia CF puso la guinda al Centenario con la brillante consecución de su octava Copa del Rey ante el FC Barcelona. No había mejor forma de celebrar los cien años de existencia de la entidad que con un titulo que llega once años después. El triunfo rubrica una temporada excelsa en la que, además, se ha logrado la clasificación para la Champions. La presencia en la próxima edición de la máxima competición continental por equipos permitirá darle viabilidad al proyecto deportivo. Hoy, el sentimiento valencianista será más fuerte.
Mucho se ha tenido que sufrir para alcanzar el éxtasis. El Centenario comenzó con las promesas incumplidas de Meriton, obligado a culminar las obras de un nuevo estadio en el que, este año se iba a jugar la final de la Champions. Tampoco ayudó la falta de sensi-bilidad desde Singapur hacia la historia de un club a la hora de celebrar sus actos más se-ñalados.
Sin embargo, y como pasa siempre, la afición acude al rescate cuando el club más lo necesita. Ya sucedió en el 86 cuando el equipo bajó a Segunda. La cifra de socios se multiplicó. Este año, se ha vuelto a repetir en tres ocasiones. Primero, cuando la hinchada llevó la bandera de los festejos por propia iniciativa. Segundo, tal y como desvelaba Car-los Aimeur en Valencia Plaza, llegó el acuerdo con ADU Mediterráneo para la venta del solar Mestalla. Y tercero, el masivo desplazamiento de la afición a Sevilla para acompañar a su equipo.
Esos malos augurios de los que hablábamos comenzaron a desaparecer a mitad de tem-porada. La mutación deportiva del equipo, personificada en la figura de Marcelino, ha permitido celebrar el Centenario como toca. La Copa de Sevilla rubrica la historia. En las bambalinas del éxito está Mateo Alemany quien, con pausada experiencia, desoyó cortar la cabeza del entrenador y servirla en bandeja al emir. Esa acelerada decisión nos habría llevado de cabeza al abismo. Menos mal que Anil Murthy no se salió con la suya.
Aquel tuit de Parejo (“me niego a dar por perdida la temporada en enero”) quedará en el imaginario colectivo de un valencianismo que bebe con júbilo su octava Copa. Como aquel artículo “Antimadridismo madridista” de Rafa Lahuerta que colgó Rafa Benítez en el vestuario como espoleta de aquella Liga de 2002.
Hace unos días, mi amigo Pablo Rovira me comentaba la necesidad de que el equipo ga-nara la Copa como impulso definitivo para la filiación de su hijo al Valencia CF. Es ese sentimiento heredado del que hablaba el maestro Vicent Aleixandre. No hay mejor espal-darazo para abrazar la fe a unos colores que celebrarlo con tus hijos en la Plaza del Ayuntamiento. Ese es el mejor legado de nuestros padres.
No tenemos un estadio en el que celebrar la final de la Champions. Pero sí una Copa más.
* A Jaime Ortí in memoriam