VALÈNCIA. Saco mi pase (y unos cuantos más) cada año. Y voy a Orriols desde que tengo uso de razón. Con familia y amigos, como tantos de ustedes. La grada donde me siento desde hace medio siglo es uno de mis lugares en el mundo. De vez en cuando alguien me pregunta por qué pago mi pase, siendo periodista. Evito pedir favores o establecer relaciones personales y así siempre digo lo que pienso, guste o no. Esa es la razón. Eso no quita que tenga una relación cordial con mucha gente del club. Lo cortés no quita lo valiente. A alguno le sonara romántico. Es sencilla y rotundamente cierto. No alardeo de ello, pero viene al pelo para el tema de hoy por dos motivos: porque hablo como periodista pero también como abonado, y porque un amplio sector de nuestra prensa ha callado (y no me sorprende) con uno de los episodios más esperpénticos de nuestra historia reciente: la gestión de las 7.600 entradas para la final del sábado.
La chapuza del martes ha enojado a miles de levantinistas de los que pasan por caja cada año y ha generado un inoportuno clima de cabreo y desafección. Mientras las redes ardían y miles de abonados se quedaban sin entradas para familiares y amigos, tras siete horas sufriendo un sistema demencial, ¿qué hizo el club? ¿Salió un portavoz a dar alguna explicación? ¿Pidió disculpas por el caos a los afectados? Nada de eso. Ni autocrítica ni respeto ni transparencia ni señorío. Puedo imaginar los comentarios de algún palmero, en oficinas: “encima que les regalamos entradas, se quejan”. Hace tiempo que creen que las entradas son suyas, que la grada es suya, que el club es su cortijo. Para más inri, algunos de los que así piensan, no tienen más afecto por este escudo que ser el de la empresa que les paga. ¿A qué les huele todo esto, desde hace tiempo? ¿Al último Villarroel? ¡Y sin poner ni uno!
¿Ha salido un portavoz del club a explicar que han tenido que regalar equis entradas entre escuela, cuerpos de seguridad, patrocinadores, secciones, fundación, club, trabajadores, jugadores, cuerpo técnico, directivos, etcétera? No. Sin embargo, sí han dicho que el martes desde las diez repartieron 7.600 entradas entre 4.000 abonados. A nadie le salen las cuentas. 16.000 abonados para 24.000 plazas (descontada la grada visitante). ¿El club sólo ha entregado a dedo 400 entradas? ¿Quién cree algo así? ¿Lo van a explicar? Aquí nunca se explica nada. Den cuentas a la afición, a los abonados que pagan. Expliquen por qué no se puso precio a las entradas. ¿Fue para no tener que dar cuentas de las que se han regalado desde el club? Sólo son preguntas que nadie responderá.
No se quejen después del abismo que crean cada día, con una gestión soberbia y con errores grotescos, entre el palco y la grada. Juegan con fuego (y con el futuro del club) y siguen convencidos de que no hacen nada mal, de que nosotros somos unos desagradecidos. No. Nosotros somos el Llevant. Y no el ejército de estómagos agradecidos que tienen pululando a su alrededor.
Desde mi independencia siempre he aplaudido las cosas bien hechas por la directiva de Quico Catalán, que han sido muchas, aún cuando eso era impopular. Es imperdonable la cantidad de desilusion y toxicidad generadas en la previa de uno de los partidos más importantes en años. Háganselo mirar. Y no olviden algo: de entre todos los errores, el peor de todos es la falta de respeto por la afición granota. Grabénselo a fuego, si es que aún piensan enderezar este rumbo.