VALÈNCIA. Confío en que la propiedad del Valencia y sus fans -antes aficionados, incluso militantes, ahora fieles del token- lleguen por fin a un entendimiento. Todos estos años de desencuentros, prolongados por una enorme pasión enardecida, deben haber sido tan solo un malentendido. El típico desencuentro sin importancia que se va enquistando y, cuando te das cuenta, ha pasado una década sin hablarte con fulanito por menudencias como que, total, un día te quiso borrar del mapa.
Ahora que las cosas vuelven a su cauce y podemos de nuevo entretenernos con asuntos terrenales es un momento precioso para reencontrarnos con la propiedad y reconocer que todo es, tan solo, lo que parece.
La marcha de Kang In no forma parte de ninguna conspiración para laminar talentos coreanos. Como tampoco los alardes por Lee correspondían en el pasado a una planificación concienzuda con la que acelerar jóvenes promesas tal que en una start-up para murciélagos. No se impedía que se le cediera por una fe ciega ni se le envía ahora al Mallorca, con una facilidad que ni por Bizum, porque sea la derivada de una estrategia inevitable. Es solo lo que parece: el desorden decisorio, el armario de la ropa sucia de un adolescente. Ni orden ni concierto porque no puede haberlo. Para que lo hubiera, se requeriría un cierto nivel de soberanía. No hay una voluntad de delinear un proyecto porque su corazón sobrevive de retales y esperas.
Si se tira de la madeja de la operación Kang In se llega al centro de todas las cosas. Como un buen puñado de clubes alrededor del mundo (¡y cada día el de más gente!), el destinatario principal de sus movimientos no es el propio Valencia, sino una maraña de intereses orbitales entrecruzados. En esa nebulosa, los grandes beneficiados (dobles agentes, propietarios especuladores, financieros turbios) ganan si las cosas salen bien… y vuelven a ganar si las cosas salen mal. El impedimento del Valencia para gestionarse en base a sus intereses obliga a improvisar soluciones deudoras de terceros. De sacar pecho por formar a uno de las mayores joyas jóvenes y fundamentar sobre él un modelo, a acompañarlo por la salida de emergencia, en el patio trasero. Sencillamente, porque el modelo no existe y tan solo era una ensoñación con la que desviar la atención de lo relevante: el Valencia no opera para el Valencia.
El malentendido, qué fortuna, también ha comenzado a despejarse en lo que respecta a los entrenadores que la propiedad escoge. Es una serie histórica con plena cadencia. Un bamboleo frente al abismo. Una toma de riesgos elevada que, en el momento de mayor descontrol, siempre apuesta por una opción más presentable a la que después dejar al descubierto. Cuando lógicamente ésta falla, y ya sin más margen, se opta por el entrenador de menor riesgo y se le presta cierta libertad temporal de movimientos. De Neville-Ayestarán a Prandelli, de Prandelli a Marcelino. Y vuelta a empezar: de Celades a Gracia, de Gracia a Bordalás. No es que la propiedad se haya levantado esta temporada con una creencia nueva por los entrenadores. Es que lo necesita para cuidar sus intereses. Aparecen trazas de soberanía cuando la urgencia lo requiere. Tan solo, lo que parece.