VALÈNCIA. Ahora que nos estamos conociendo, podemos deducir que Lim tiene una cosa ciertamente diferencial: su gusto, llegado el momento, por usar una palabra de seguridad hecha entrenador. Quienes participan en sesiones de sadomaso siempre usan, como es bien sabido, un mote con el que poner límites. En el rodaje de Juego de Tronos, en pleno reparto de sopapos, usaban el término ‘banana’ para poner fin a situaciones de demasiada tralla.
La propiedad del Valencia -que quizá se parezca más a nosotros de lo que nos gustaría reconocer- también tiene la suya. Cuando las cosas se descomponen sin otear el límite, acuden a un entrenador solvente, con cicatrices, poco primaveral, curtido. Solo hace falta dejar que pasen los años para poder interpretar a la administración Lim. Sucedió con Prandelli (meec). Volvió a ocurrir, esta vez para bien, con Marcelino. Con este gobierno la mejor manera de pronosticar una decisión prudente es esperar a que las cosas fluyan lo suficientemente mal como para ponerlo todo en peligro.
Entonces, la palabra de seguridad. Esta vez, Gracia. Quienes compran la idea del cataclismo promovido por Singapur no deben olvidar este condicionante. Lim experimenta cuando se lo puede permitir, cuando tiene margen. Es coherente con su entendimiento del club, tomado como una sucesión de movimientos bursátiles. Por eso cuando dispone de una posición estable es cuando lanza probaturas, como si su máxima misión fuera descubrir talentos inimaginables o promocionar a algunos apadrinados. Cuando las posiciones son de riesgo excesivo, contiene para evitar daños todavía mayores.
Qué rocambolesco, ¿no? Para dotar de un mínimo raciocinio a la gestión sólo se necesita que todo vaya fatal. No es una mera suposición. Si se unen los puntos de la clasificación por temporada en los últimos años, se dibuja ese mismo patrón. Supone la condena de estar comenzando todo el tiempo, como quien a punto de alcanzar la cima vuelve a la casilla inicial. No se me ocurre peor negocio.
La elección del nuevo entrenador supone rebobinar. Volver a comenzar desde aquella primavera en que, con buena vista, se escogió a Marcelino. Al ser extraño que se decida contar con un entrenador de trayectoria mínimamente solvente, Javi Gracia refulge un poco más. Es un entrenador del ‘Modelo Valencia’ (del que debería ser). Su respuesta sobre el funcionariado, sustrayendo la negatividad del término, apelando a la condición profesional de sus padres, ya refleja una inteligencia ambiental destacable. Pero, en fin, solo son buenas intenciones.
Sería un buen cambio que nadie, a partir de ahora, se llevara a engaño: que no se haga creer a Gracia que puede aprovechar el vacío de poder para diseñar su propio proyecto; que la propiedad deje claro que la función de Gracia es recomponer el jarrón roto y, una vez recompuesto, esperar sin desear.