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análisis | la cantina

Un escritor cuenta la historia de los trinquetes olvidados

15/12/2023 - 

VALÈNCIA. El trinquete de Sagunt fue, durante unos años, el escenario de los grandes duelos del Campeonato Individual d’escala i corda. Allí destronó Enrique Sarasol a Genovés mientras le susurraba al oído: “Perdona’m, Paco”. Allí se jugó la partida del siglo, cuando Genovés, en el ocaso de su carrera deportiva, fuera de forma pero armado con todo su talento, se coronó campeón por última vez después de vencer al joven Álvaro. Aquel también fue el lugar donde Grau se convirtió en el único mitger de la historia con un título de campeón individual. O donde Álvaro ganó sus dos primeros campeonatos.

Esa mítica cancha hoy está en un estado deplorable. El trinquete está abandonado y ya hace muchos años que dejó de escucharse el ruido de la pilota de vaqueta rebotando contra las murallas blancas. No es el único. Otros muchos han caído en el olvido. Como si aquel deporte que enardecía a los valencianos en el siglo pasado, fuera poco más que un estorbo. Un trasto viejo.

Sergi Durbà es un profesor de Sagunt que reside en Alzira desde hace años. Este hombre de 44 años se aficionó a la pilota de niño. Su padre trabajaba en Caixa Sagunt y cada semana llegaba a casa con unas entradas en la mano para ir al trinquete. Y el chaval, en las puertas de la adolescencia, las cogía y se iba a ver la partida.

Durbà acaba de publicar, gracias a la Cátedra de Pilota de la Universitat de València, un libro que ha titulado ‘Trinquets trencats’. El título es rotundo. Está claro que va de los trinquetes olvidados. Él ha hecho un recorrido por la Comunitat Valenciana y ha descubierto quince canchas abandonadas. Quince recintos que tuvieron sus días de esplendor y que hoy son poco menos que un solar inservible. Uno de ellos es el de Sagunt, el de las partidas de su infancia y el de la partida del siglo. La foto de su estado actual es tristísima. Nada queda de aquella mañana gloriosa de 1995 en la que el público lloroso se dejó la garganta al grito de “¡Paco! ¡Paco!”. Además de Sagunt ha fotografiado los de Tavernes de la Valldigna, Casinos, Alzira, Carcaixent, Oliva, Almoines, Palma, Villalonga, Rafelcofer, l’Olleria, Algemesí, Alginet, Alcoi, Villar del Arzobispo y la Vilavella. Y ha metido las narices en todos ellos.

La vegetación ha brotado entre las losas de muchos de esos trinquetes. Otros tienen las murallas desconchadas. Nadie quiere saber nada de ellos. Ni los políticos, que miran a otra parte, ni los ciudadanos, siempre apresurados y con la mirada puesta en una pantalla. Son malos tiempos para un deporte como este. La pilota recibe subvenciones generosas, que nadie se engañe, pero a la gente ha dejado de interesarle y nadie, ni unos ni otros, ha sabido hacerlo más atractivo ni ha encontrado el camino para llegar a los espectadores.

Sergi es de la generación de Álvaro, Dani o Melchor, y como todos ellos llora la pérdida del trinquet de Sagunt. Su hermano estudió Educación Física y se especializó en pilota. “Y gracias a él me reenganché”. A Sergi, ahora, entre los 40 y los 50, le gusta ir los sábados a ver la partida de Pelayo. Llega después de comer, cruza el moderno restaurante maldiciéndolo y busca su sitio en la escala. A sus hijos, de 14 y 11 años, un chico y una chica, no les gusta la pilota, pero de vez en cuando les hace chantaje y, a cambio de comer en uno de esos chinos deliciosos y baratos del barrio, y de llevarlos a Starbucks a tomarse un batido, ellos le acompañan al trinquete.

Durbà trabajaba hace años en la delegación que tenía ‘Las Provincias’ en Camp de Morvedre. Un día fue a su jefe, Pere Valenciano, y le pidió permiso para ir a ver cómo estaba el trinquete de Sagunt y escribir un reportaje. “Estaba totalmente abandonado y eso se fue perpetuando hasta hoy. Aquello fue la génesis de este libro”.

En su recorrido por el territorio valenciano, Durbà ha descubierto trinquetes públicos y privados. “La mayoría no han sido derribados porque no era factible. Porque están encajonados entre edificios o por otros motivos. Si no, ya no existirían”. El viaje de trinquete en trinquete sirve también para que el escritor reflexione y hable de la globalización, de la pérdida de valores y de identidad. Y ese transcurrir de comarca en comarca también le ha servido para constatar que este deporte cae en decadencia a la misma velocidad que la lengua. La pilota y el valenciano siempre han ido de la mano. Y si cae el uno, parece que arrastre al otro detrás.

Cuando Durbà llegaba al pueblo del trinquete abandonado, buscaba a su dueño, y entonces descubría a gente mayor con historias preciosas a su espalda. Gracias a ellos ha descubierto que los mismos trinquetes que en su día fueron el centro de la vida popular, hoy han pasado a ser intrascendentes. Eso se lo contó gente como el Tío Maxi, de Casinos, que se pasó casi toda su vida haciendo a mano pilotas de vaqueta. Maxi le contó a Sergi que una vez fue alguien de València y le entregó unas pieles de ñu que había traído de África. “Y el hombre cogió y se puso a hacer pilotas. El Tío Maxi aseguraba que le salieron unas muy buenas. Me llevó a Casinos con 90 años y no paraba de contar historias. El trinquete, de hecho, era el corral de su casa”.

También estuvo en Algemesí, donde los hombres del club de pilota se movieron para que pasara de las manos privadas a las públicas, sin que el cambio trajera su reactivación. “El trinquete sigue en pie y lo curiosos es que ahora hay una higuera dentro. La gente va en verano a coger higos”. En l’Olleria no pudo entrar porque la cancha estaba en estado ruinoso. Pero un par de hombres se lo llevaron a una casa y comenzaron a contarle historias de cuando estaba abierto el trinquete, como que allí se jugaba a las chapas, que el piso era rasposo y que no tenía luz. “Me explicaron que cuando iba Juliet hacían apuestas para ver si la tiraba fuera del trinquet, pero que como era tan elegante no solía hacerlo. Pero el día que mandaba la pilota por encima del rebote, los postores rompían a aplaudir”.

En Alzira vio que el trinquete estaba cerrado, pero que los mismos que iban a las partidas, iban ahora cada día a almorzar al bar. En Alginet le recibió el hijo del Juliet, el legendario resto nacido en el pueblo, y le explicó que el trinquete había perdido la licencia de actividad y que si querían volver a abrirlo, tenían que añadir una salida de emergencia que les obligaba a comprar el edificio de al lado. Un follón que, viendo el dinero que generan las partidas, no compensa tal inversión.

Estos quince trinquetes, desgraciadamente, no serán los últimos en caer en el olvido. Muchas partidas se celebran cada semana con apenas veinte o treinta espectadores. La pilota necesita a un genio del marketing o a un fenómeno de las redes sociales antes que al enésimo líder salido del club de pilota de cualquier pueblo. Hace falta más ingenio que afición. Más audacia que tradición. Hay que acabar con los dos dichosos bandos y crear un tercero que arrase con ideas rompedoras. De lo contrario, la pilota ira languideciendo hasta que el último viejo olvide la última historia. Al menos, eso sí, nos quedará este libro, su literatura y su historia sobre los trinquetes olvidados.

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