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opinión pd / OPINIÓN

Un espectador de mínimos

23/04/2021 - 

VALÈNCIA. Como todos los chavales de mi generación, yo descubrí el cine en las salas, cumpliendo ese ritual mágico, que decía Roland Barthes, que consiste en salir de casa, meterte en una sala oscura y esperar que una luz que viene desde detrás de tu butaca se transforme en imágenes que te emocionen. Lo hice en los cines de reestreno de la Valencia de los 70, el Metropol, el Paz, el Avenida y el D'Or, donde daban programas dobles imposibles, combinaciones de géneros insólitos que bien podían componer una película de Bruce Lee y otra de Paul Newman, o un spaguetti western y una comedia erótica italiana.

También el fútbol lo descubrí en el lugar donde se juega, como he contado muchas veces. En aquel viejo Mestalla que olía a puro barato y coñac a dos pesetas, sentado en una silla de enea de la tribuna y con la cantinela de los pollos asados de Casa Cesáreo como inevitable banda sonora de mi infancia y mi adolescencia.

Aquel fútbol y aquel cine requerían de la máxima atención, no estaban hechos para distracciones, y quizás por ello eran mucho más pasionales de lo que lo son ahora. Entrar en el Metropol y meterse en Mestalla eran experiencias máximas, intensas, pues te obligaban a dedicar un par de horas del día a ver algo que te gustaba, sin distracciones, sin respiro ni siquiera para ir al baño a aliviar la vejiga.

El cine moderno ha acabado con esas entrañables salas de reestreno. Solo el D'Or resiste, cual aldea gala, el embiste de las multisalas y la avalancha de las plataformas televisivas que invitan a quedarse en casa y quitarle la razón a Barthes. Nada es igual. Ahora puedes ver una película a trozos, levantarte las veces que quieras para aliviar la vejiga o para repostar en la nevera con una cerveza, e incluso, si la peli es aburrida o te interesa poco, hacer otras cosas mientras la ves, ya sea mirar el móvil, ya sea leer algo sobre la propia peli que estás viendo, en un ejercicio metacinematográfico tan absurdo como útil para hacerte el interesante en una conversación posterior.

Con el fútbol ocurre lo mismo. Se ha convertido en un pasatiempo sin gracia, en un espectáculo televisivo aderezado por animación impostada, un VAR que detiene los partidos cada cierto tiempo y miles de cámaras que te ofrecen, sin que sepas realmente si tiene sentido, todos los puntos de vista posibles de las jugadas. La excusa ideal para tenerlo de fondo mientras haces cosas más provechosas y solo alzar la mirada cuando el comentarista de turno eleva el tono de voz porque se aproxima una jugada de peligro.

Cuando el coronavirus nos condenó a pasar las horas delante del televisor viendo partidos de fútbol, yo lo intenté. Probé ver los encuentros con la misma intensidad con la que los veía antes, con similar atención, pero desistí pronto y preferí ser un espectador de mínimos. Decidí ver solo los partidos del Valencia porque la pasión que me transmite es superior a cualquier impedimento para disfrutarlo. Probablemente no elegí el mejor momento, con un equipo demacrado por la voracidad empresarial y la impericia deportiva de sus dirigentes, pero resistí, como hace el cinestudio D'Or, a la tentación de sucumbir al fútbol como pasatiempo inane.

Pero he durado poco. El Valencia actual, el Valencia de Gracia, solo me transmite tristeza, valga el oxímoron. Es un equipo agónico, que es capaz de resolver algunos partidos en el tramo final de estos, pero que siempre da la impresión de que va a perder, de que juega para cagarla, de que en la jugada menos esperada le meterán un gol que convertirá la hazaña de vencer en una empresa titánica. Así que ahora veo los partidos del Valencia mientras hago otras cosas, algo que en el fondo es incluso saludable para mi mente. Leo más, hago tareas en mi hogar que tengo pendientes, mientras el partido del Valencia está ahí, de fondo, como cuando pones la radio para limpiar la casa y las canciones son una banda sonora que acompaña al ruido de la aspiradora o a la fruición de la bayeta sobre los azulejos del cuarto de baño. También voy al cine, sin móvil, para ver alguna película y, al salir, miro qué ha hecho el Valencia mientras yo disfrutaba de una emoción que me absorbía durante dos horas.

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