Quizá por ello sea más realista esperar que Lim se desentienda en lugar de buscar embarcarnos en otra aventura a lo desconocido, o a algo peor. Porque lo del Valencia es tan complicat que se arregla dejándolo en manos de gente de fútbol...
VALENCIA. Hay una gran metáfora escondida en lo del Valencia Basket. Lo mejor que le pasó a ese club fue que su dueño, un receloso y metomentodo empresario, anunciara que se iba. Nadie se acercó a comprarle, pero cerró el grifo y empezó a hacer lo que nunca quiso: dejar las decisiones en manos de hombres de baloncesto. Tipos a los que llevaba años ignorando, puenteando o arrinconando.
Le costó dos décadas entender que meter a entrenadores dúctiles y directores generales llegados de Marte no era manera de gestionar millones en el parqué. Le costó tanto porque estaba rodeado de aduladores que elogiaban el traje de un emperador desnudo, regado por una prensa que nunca se atrevió a morder al dueño, cebándose con los subalternos para guardar las apariencias.
Tal vez por eso Juan Roig huyó del fútbol en cuanto vio pancartas en Mestalla que decían que "Los Roig volen furtar-nos el València", o columnas a todo trapo donde se titulaba, "Juan, el Valencia no es Mercadona". Eran los mismos que luego se pasaron la vida lamentando que el manirroto propietario del balón naranja hubiera cambiado de acera.
En ese tránsito nadie en la fonteta montó manifestaciones en su contra, ni le dijo a gritos "ya está bien". Aunque lo hubieran hecho si la antigua sección del club de fútbol tuviera el arraigo y el pedigrí del equipo de la avenida de Suecia. Por alguna razón los magnates con posibles suelen preferir clubes sin pasado: evitar reprobaciones a sus manejos.
Cuando se acabó el dinero ilimitado, contrataciones a tutiplén y hubo que mirar hasta el último céntimo, exprimiendo los recursos, todo en el equipo de baloncesto empezó a mejorar. Llegaron entrenadores de verdad, dándoles autonomía para que pudieran obtener el rendimiento óptimo de sus jugadores. Se hacían equipos con cabeza, tejidos por profesionales de años escudriñando el mercado y sabedores hasta de los recovecos más íntimos con los cuales obtener ventajas. De repente, ante la incertidumbre, surgió una estructura sólida y definida que podía trabajar sin cortapisas o injerencias. Con la mitad de presupuesto, y un modelo, el basket dobló resultados.
Debe ser una cuestión cultural, pero no deja de ser cierto que los valencianos no sabemos tener dinero. En cuanto nos caen tres euros del cielo montamos un armagedón. Es en situaciones de escasez cuando la voluntad de querer ser nos toma el espíritu, consiguiendo grandes logros trabajando a destajo y con pericia. A nivel social o deportivo no hay ejemplo que refute estas palabras. La historia del Valencia nos grita que fue grande cuando fue treballaor i honrat y que la ruina se nos vino encima con billetes en el bolsillo y delirios en los despachos. Si de algo sirve tener relato es para aprender de los errores cometidos, no para repetirlos hasta la saciedad.
Quizá por ello sea más realista esperar que Lim se desentienda en lugar de buscar embarcarnos en otra aventura a lo desconocido, o a algo peor. Porque lo del Valencia es tan complicat que se arregla dejándolo en manos de gente de fútbol. Lo verdaderamente difícil es conseguir que le salga de dentro a quien se resiste a ponerlo bajo tal dirección. Dando un paso atrás permitiría a la entidad avanzar tres hacia delante. Para eso debe valer la protesta.