Hoy es 6 de octubre
VALÈNCIA. El Llevant abandonó el siglo XX con un ascenso a Segunda. Fue el último play-off que disputó hasta el actual, aquel en formato liguilla. El Madrid no accedió a abrir el Bernabéu y “sólo” 1.500 levantinos pudieron abarrotar la ciudad deportiva del Madrid para firmar un 0-2 (goles de Sales y Salillas) que representaba escapar para siempre de la ratonera (más que pozo) de Segunda B. Los jugadores hicieron la trainera en el centro del campo y los levantinistas vibraron detrás de la jaula, envueltos en centenares de banderas blaugrana y senyeres. Fue en 1999. Hasta entonces el Llevant había estado dos cursos en la élite.
També vivió un ascenso a Primera en play-off, el primero, el del 63 (“volveremos a Primera, como en el 63”). El inverosímil gol anulado por Ferrete ante el Murcia condenó a la escuadra blaugrana a jugarse el ascenso contra el Coruña. Ya saben: 1-2 en Riazor; 2-1 aquí. Vallejo estalló de felicidad, desde las gradas, desde los balcones, desde las azoteas.
Para encontrar, sin embargo, un precedente de play-off con un formato como el actual hay que remontarse a 1984, hace 39 años. Ante el Fuengirola, en semifinales, el Llevant pasaba a la final con un global de 6-1 (todos los goles en la vuelta, en Orriols), precisamente como ante el Albacete. En la final se venció en la ida en Orriols 1-0 al Ourense, con un gol de Claudio Barragán, que era un chavalín y remató con el tupé un centro de Segura a la red. La vuelta en O Couto fue infernal pero los granota, apoyados por un centenar de hinchas, resistieron la presión. El gol de Latorre despertó la euforia, pero en el 33’ empató el Ourense. A partir de ahí el héroe fue Martínez Puig, un valladar inexpugnable bajo palos. El Llevant, que había flirteado con la desaparición, tras el fichaje de Cruyff, escapaba de Tercera con un equipo de jóvenes valencianos y canteranos. Quedaba una larga travesía del desierto: once temporadas en Segunda B y Tercera y cuatro en Segunda. Muchos fiascos. El siglo XXI ya sería otra cosa.
Sin comprender las innumerables ilusiones y sobre todo chascos de los 60, 70, 80 y 90 es imposible entender lo que representó el ascenso de Jerez, ni las catorce campañas en Primera que el levantinismo ha disfrutado desde entonces. La afición granota, que pasó tragos como inaugurar en Tercera el Nou Estadi en 1969, jamás dejó caer el escudo. Jamás. Cuando Enric González se refirió a ella como la mejor del mundo, por estoicismo, entendió perfectamente la esencia de este sentimiento, que va mucho más allá del fútbol. El Llevant ha tenido una existencia inverosímil, prácticamente desde sus inicios. Jamás olvidaremos las palabras del sobrino de José Ballester Gozalvo, Vicente Ballester García, en 2009 en el Ateneu Marítim, en la presentación del primer volumen de la Historia del Llevant UD: “El Llevant es inmortal. Su afición jamás lo dejó morir ni jamás lo abandonará”. Aún se me ponen los pelos de punta, por lo que dijo y por quien lo dijo.
Muchos de los levantinistas on tour que se han dejado la garganta en cualquier plaza, pese a todos los pesares, son jóvenes y entusiastas. Muchos, aún sin vivir estos episodios, los han mamado y son los dignos herederos que enarbolan las banderas de nuestros padres, no necesariamente biológicos. “No traten de entenderlo”. Pues eso.
El sábado el Llevant va a ascender porque es superior al Alavés y sobre todo porque cada uno de nuestros futbolistas se va a dejar el alma como si fuera la última vez en su vidas que se ata unas botas de fútbol. Para cuando no le llegue el aliento, estará nuestra grada, empujando. El Llevant va a ascender porque su afición lo merece, porque aunque se alinearan todas las desdichas este año y los siguientes, aunque sufriéramos todas las humillaciones posibles del destino, el Llevant seguiría teniendo la mejor afición del mundo. Aquí el fútbol es importante pero secundario. Lo realmente grande es ser del Llevant. Y formar parte de esta historia y de esta grada.
El sábado, cuando a las once o un poco más tarde, Quico, Calleja, futbolistas, directivos, técnicos, empleados y patronos estén eufóricos todos sabrán, en su fuero interno, que este fue el ascenso de una afición de Primera, el gran cimiento de la supervivencia, el presente y el futuro de este escudo. Lo sabe Iborra, el primero, que va a firmar dos ascensos a Primera, con trece años de separación y que es el primero de nuestros hinchas. Los saben los compañeros que comprendieron sus lágrimas amargas en Vila-real. Lo sabemos todos los guardianes del escudo. La sang ens espenta, València rebenta. A Primera!