VALÈNCIA. Una de mis películas favoritas es 'Una historia verdadera', la menos lynchiana de las que ha dirigido David Lynch. En ella no hay seres siniestros con las cejas depiladas, orejas cubiertas por hormigas en medio del césped ni psicópatas adictos a los vasodilatadores, sino la epopeya de un anciano que recorre la América profunda montado en un cortacésped. Más que el recorrido, narrado por Lynch como una road movie a cámara lenta, me fascina la historia, basada en un hecho real, de un septuagenario que decide recorrer 400 kilómetros montado en un vehículo que no supera los veinte por hora para visitar a su hermano, con el que hace más de diez años que no se habla, cuando sabe que este sufre una grave enfermedad. Una historia, rara y sencilla a la vez, que pone de manifiesto lo difícil que es romper con los lazos de la sangre y el corazón.
A mí me pasa con el Valencia lo que a Alvin Straight, el protagonista de la película de Lynch, le ocurre con su hermano. Que hay algo incontrolable que me impide olvidarme de él, despreciarlo. Me ha pasado toda la vida, porque yo he visto al Valencia bajar a segunda división, perder tres finales de copa consecutivas y dos de Champions, y hasta caer en manos de salvapatrias populistas que engañaron a la gente con promesas de glorias y títulos que no solo no llegaron, sino que desembocaron en la ruina económica. Y nunca he pensado “voy a abandonar”, “voy a hacerme de otro equipo” o “voy a odiar el fútbol a partir de ahora”, porque es imposible. Hay un vínculo invisible, una conexión que tiene que ver con esa transmisión de pasiones que lleva a Pablo Sandoval a descubrir la pista más importante para dar con el asesino de Liliana Colotto en 'El secreto de sus ojos'.
En la vida ocurre lo mismo. Uno no dejar de querer a su hermano porque se haya casado con una idiota egoísta que lo ha transformado en un pusilánime, ni desprecia a un amigo de toda la vida porque, con los años, su existencia haya derivado hacia un fracaso profundo, ni siquiera se olvida de un amor sincero porque este haya optado por un camino diferente al suyo. Asumimos que la vida es imperfecta y hay que lidiar con ella, pese a que el argumento de la obra cada vez nos guste menos, porque hay una fuerza superior que nos impide abandonar a los que queremos. Tampoco nosotros somos modélicos como para no aceptar los desastres vitales de los demás.
Ahora que el club camina hacia la autodestrucción, comandado por unos especuladores venidos de la otra parte del mundo con nulos conocimientos de fútbol y varios másters sobre cómo ganar dinero arruinando empresas, con un grupo de futbolistas desnortado que se siente una mercancía en manos de sus dueños, unos empleados inmersos en el terror de pensar que su futuro depende de los caprichos de un tipo imprevisible que vive a más de 11.000 kilómetros de distancia, y varias parcelas imprescindibles para su funcionamiento desiertas porque son asumidas por gente no preparada para ello, convendría reflexionar sobre el futuro que nos espera a corto y medio plazo, el que dibuja un equipo en decadencia, un club en las fronteras de la quiebra económica y una difícil recuperación que obligará a no cometer los mismos errores para volver al lugar que nos pertenece. Vienen tiempos de sufrimiento, pruebas de supervivencia para la militancia valencianista.
Nada que el sacrificio no pueda curar. Nada que un viaje en cortacésped no pueda restañar.