VALÈNCIA. 'La segunda oportunidad' era un programa de seguridad vial que emitió Televisión Española a finales de la década de los 70. Lo presentaba Paco Costas, un tipo de gesto adusto y pinta de echar mano del wiski en cada descanso de la grabación del espacio, y tenía una cabecera de presentación surrealista: en una recta con perfecta visibilidad, un coche se estampaba a toda velocidad contra una roca enorme que, por arte de magia, estaba situada en el medio de la carretera. La moraleja de la introducción del programa, y también su razón de ser, era que la vida, a veces, concede una segunda oportunidad cuando vas al volante. Y, obviamente, si no tienes graves problemas de visión, como el conductor del coche de la presentación.
He conocido a bastante gente a la que la vida le ha dado una segunda oportunidad, y no precisamente por cuestiones viarias. Gente que ha sufrido ictus o que ha pasado cánceres, que, tras el terrible aviso, se ha planteado su existencia de manera más tranquila o más sentida, de otra forma a como vivió en su vida anterior. También he conocido a gente que cambió de ciudad, de pareja o de profesión, de forma insospechada, y que ha tenido una segunda oportunidad en otro sitio, con otra persona a su lado o ganándose la vida de forma diferente. Las segundas oportunidades son bendiciones del azar que hay que aprovechar, salgan bien o mal. Les pasa a Alan Ladd en 'Raíces profundas' y a Robert Mitchum en 'Retorno al pasado', a quienes, como siempre pasa cuando vives dos vidas, se les cuela una sombra de su pasado en el feliz presente. Pero luchan por diluir dicha sombra.
El fútbol se parece a la vida. Tiene momentos buenos y momentos malos, la gloria vale por muchas desgracias y, al final, nunca se puede ganar siempre. Y, como ella, también concede segundas oportunidades. Solo en la cabeza de los más fuertes está la virtud de aprovecharlas.
El Valencia empezó la temporada haciéndolo mal, sin acabar de ajustar sus piezas y con una sensación de impotencia preocupante. No bastaba la voluntad de quedarse en casa y portarse bien, al final terminaba como un personaje de Bukowski, derrotado e infeliz. Vivió un calvario de tres meses que se articuló en un enorme bucle de empates (ante rivales potentes y ante rivales débiles, haciendo méritos y deméritos) que semejaba una maldición. Pero la temporada tuvo su roca en medio de la recta con perfecta visibilidad en el partido contra el Girona, en el que el espectacular bombardeo del equipo contra Bono, el portero marroquí con nombre de cantante, solo se vio castigado con la cruel fatalidad. A partir de ahí, el equipo ha recobrado el tono de la temporada pasada, la seriedad defensiva y la efectividad en ataque, una forma de jugar que, nos gustará más o menos, pero nos hizo volver a soñar.
Al Valencia, la temporada le da una segunda oportunidad también. En la liga, donde la inconsistencia de sus rivales le hace concebir esperanzas de meterse en plazas europeas si hace bien las cosas; en la Copa, donde las expectativas están intactas porque prácticamente no se ha empezado a competir; y en la competición europea, puesto que la Europa League se antoja una oportunidad de oro, por la dimensión de los rivales, para lograr un título y rescatar el prestigio perdido en el continente. Quizás la piedra estaba demasiado lejos en el camino y el esfuerzo para hacer uso de la vida extra que da la segunda oportunidad sea extenuante. Pero valdrá la pena. No todas las temporadas se cumplen 100 años.