VALÈNCIA. A veces los discursos, las ruedas de prensa, los alegatos públicos, no son más que contextos accesorios que sobrevaloramos demasiado y sobre los que hacemos pivotar una realidad que no concuerda. No creo que al Valencia le vaya a ir mejor o peor porque Marcelino condene o valide una mala primera parte. Su actitud hacia su vestuario está sometida a códigos cruzados y la verdad pública es poco aconsejable para un entrenador que quiera durar. Prandelli ya nos dio una exhibición de cómo vendernos la moto, solucionando poco e interpretando mucho.
Resultan mucho más inquietantes los hechos. Ese grupo incapaz de ser incisivo cuando se juega su eliminación, o dándose por perdedor justo al pisar el Bernabéu, esa segunda unidad incapaz de generar ruido y arrebato en el tránsito de la Copa.
Hasta hace poco tiempo ingeríamos por vía oral el placebo de la reconstrucción. Este equipo se resentía porque necesitaba tiempo, este equipo venía de un largo tiempo plomizo y estaba todavía recobrando el aliento, a la espera de articular una plantilla verdaderamente potente, incorporando el marcelinismo.
Pero la teoría ya no se sostiene. Me recuerda a las naranjas valencias de Layhoon y la juventud inherente a un grupo amamantándose. Siguiendo las razones oficiales, el Valencia ha pasado de la reconstrucción tras la debacle a la reconstrucción de la reconstrucción.
La realidad, no la queríamos asumir, es más desnuda. Mala gestión de los picos en alto. Una calamitosa alteración de una delantera que funcionaba. Unos refuerzos fallidos por completo. La perplejidad viene motivada por la poca anticipación. Los analistas -analistas todos- fallamos una vez más, sin verlas venir. Como los analistas económicos, somos magníficos haciendo profecías de lo que ya ha ocurrido.
El Valencia de los hechos, ese Valencia amarrategui que no se atreve a arriesgar en el partido en el que se juega la vida, es en realidad el producto de la desconfianza propia, manipular un explosivo amarrado a cables multicolores lleva a arriesgar poco para ir sobre seguro, conformarse con el estatus del permanente estado de reconstrucción.
Marcelino bajo la sombra de los entrenadores balcánicos que levantan a un equipo a partir de una exigencia máxima pero pasado el chute energético son incapaces de mantener esa pulsión. Un entrenador con el apoyo masivo, todavía, porque genera solvencia y seriedad. Pero ya solo como una herencia que va agrietándose a pasos agigantados. Da igual lo que diga, se trata de cómo articular un plan B que, visto lo visto, jamás había previsto.