VALÈNCIA. Me he propuesto pensar en positivo en este último 13 de noviembre de 2021 después de unas cuantas semanas en las que la complicada realidad que atraviesa el Levante nos ha atropellado de tal manera que no ha quedado otra que echar mano del bisturí, intervenir sin medias tintas y no esconder absolutamente nada. No sabéis las veces que he hecho un ejercicio de compresión, pero es que no me gusta esconder lo que pienso. Mi única pretensión es que el Levante vuelva a ser el que era porque no lo reconozco. Y aunque el panorama esté plagado de nubarrones, estoy convencidísimo de que resurgiremos. Y hay que hacerlo desde la humildad del pequeño. Y si al final no se obra el milagro de los milagros y se cae al pozo, que el paso atrás sirva para coger impulso.
De puertas para dentro, es el momento de emprender una escucha tolerante y no quedarse únicamente con las votaciones de los puntos del día de una Junta General de Accionistas que ratificó que el levantinismo, el más auténtico, está cada vez más desencantado que nunca. Porque quien pierde sus orígenes pierde su identidad. Es la hora de hacer todo lo posible para recuperar ese sentimiento de barrio que no entiende de categorías. Absolutamente todos somos conscientes de las dificultades que estamos viviendo y encajando con frustración e impotencia. Es indudable que el sufrimiento es compartido y también entiendo ese sentimiento de incomprensión que puedan sentir Quico Catalán, su Consejo de Administración y los jugadores por una lluvia de críticas que cada uno debe asumir según el rol que le corresponda. Hay que tender puentes para reconducir el camino; para que el yunque de la adversidad, esa seña de identidad que hacía al Levante un club diferente al resto, vuelva a resonar con más fuerza.
Le he dado muchas vueltas a lo que sucedió en el derbi para intentar encontrar motivos que me hagan no creer en que la historia ya está escrita faltando 20 jornadas y no haya más remedio que quemarse con las menos heridas posibles y con la obligación de resurgir de las cenizas de inmediato. El pensamiento más realista es que lo único que queda es descender con dignidad y focalizar los esfuerzos en un futuro en la División de Plata en el que se entierre la improvisación y se emprendan soluciones profesionales, ese factor que ha brillado por su ausencia, y no solamente por el condicionante adverso de la pandemia, desde que se decidió recuperar al responsable deportivo del último descenso a Segunda División. Es normal y comprensible que en el levantinismo reine el pesimismo y que apenas existan argumentos para volver al Ciutat en lo que queda de campeonato, que aún es mucho. Se busca motivación para no destruir el pase y gastar ese ratito de pertenencia de cada fin de semana en otros menesteres.
Pasan los partidos y el ‘efecto Alessio’ se topa contra unos números que no mejoran, pero no veo una solución mejor porque sigo creyendo en que está capacitado para afrontar y solventar este ‘marronazo’, una vez que ha quedado claro que la nueva dirección deportiva llegará en los próximos meses ya para preparar el siguiente proyecto. Aunque el triunfo se resiste ya casi nueve meses, insisto en que en sus tres partidos ligueros se ha estado más cerca de la victoria que en los siete anteriores con Javi Pereira pese a sumar solamente un punto de los últimos nueve. Lo sé, suena a consuelo insuficiente. Son pequeños pasos que avalan su presencia al frente de una nave que sigue sin encontrar su rumbo. Es de los poquitos protagonistas que tienen el quorum total de la afición. El técnico italiano hace lo que puede, con el riesgo a que acabe devorado por esta crisis deportiva, financiera y social y perdamos a un entrenador como la copa de un pino. Aunque pueda sonar a excusa, no debemos olvidar que el Levante, sobre el papel, es uno de esos equipos (diría que casi más de una docena) que lucha por evitar el descenso. Que puedes tener una temporada torcida (o también dulce) y hay que estar preparado para evitar daños lo más pronto que tarde sin experimentos.
El 3-4 no fue una derrota como las otras nueve. Era una final. Un ahora o nunca. Fue muy difícil encajar esta bofetada por cómo sucedió y contra quién. Demasiado dramático. Decía Morales que este equipo no se merece todo lo que le está pasando… y la afición aún menos porque está recibiendo muy poco a cambio. La debilidad mental es cada vez más acuciante. Un miedo a perder que está costando muy caro ya que han volado 18 puntos en siete remontadas en contra. Un equipo que acusa los golpes y cae en la lona con excesiva facilidad. Un caos por los nervios de un vestuario al que le sale todo al revés, aunque lo intenta, pero no hace todo lo posible para sonreír.
Por supuesto que desde abril “esto está siendo una ruina” y el Levante va camino a la debacle. Vi un resquicio de luz en las contundentes palabras del capitán, que ojalá tengan su repercusión cuando vuelva a rodar el balón en Vila-real, pero también pensé que ha llegado un momento en el que la vehemencia en el discurso de cualquier futbolista (casi siempre de Morales y eso es de ensalzar y agradecer) deja de tener el valor que se persigue si la dinámica no cambia y no se frena la caída libre. Sobre todo, y como el propio Comandante dijo, si el vestuario aún debe pensar a estas alturas si lo está dando todo por el club y por el equipo. Creo que la respuesta está clara.
Al escuchar la versión más crítica del ‘11’ pensé en los jugadores que abanderarían también ese mensaje y por el impacto de la derrota me salieron menos de la cuenta. Es innecesario caer en la frustración. Tampoco trae nada positivo que los futbolistas se dejen llevar por la desesperación porque no estamos para perder soldados por el camino. En el derbi hubo muestras de no saber ganar ni tampoco perder. Gestos y reacciones injustificables. Guerras sin sentido alguno que lo único que provocan es más bilis y que el lastre sea más y más pesado. Hay que pasar página y pensar en lo nuestro porque ya tenemos suficiente con lo que sucede en Orriols. Y el próximo lunes solamente vale ganar en La Cerámica. Pese al golpetazo que supuso el derbi, y que ni el día ni la hora ayudan a desplazarse a Vila-real (aunque haya algo menos de una hora de distancia), habrá caravana granota. Una vez más, sombrerazo a la afición.
Quedan 20 finales y los últimos partidos han marcado la hoja de ruta a seguir por Alessio Lisci. Ojalá se repita lo que sucedió en sus primeros pasos en el filial en el que obró una reacción espectacular después de comenzar igual o peor que ahora. Paralelamente aparece un mercado de fichajes en el que la necesidad de buscar soluciones va de la mano de la obligación de vender. Además del fichaje de un extremo zurdo, los focos están, principalmente, en la defensa, tanto por el deseo de atar un central como por la irrupción de Marc Pubill en el lateral derecho, que pone en el ojo del huracán a los tres inquilinos con ficha de primer equipo, sobre todo Coke y Miramón, ambos con contrato en vigor hasta el próximo 30 de junio y en el caso del maño con un año más opcional que, salvo sorpresa, no se hará efectivo. Antes de marcharse de vacaciones, Alessio expuso las necesidades junto a la improvisada parcela deportiva y ahora toca acertar, saber valorar los muchísimos ofrecimientos que están llegando, no firmar por firmar y soltar pasajeros porque para dejar entrar hay que dar salidas ya que no hay fichas libres.