Si de verdad el club valora sus enseñanzas, es capaz de que sus decisiones estén influidas por la importancia de la identidad propia, entonces el Valencia avanzará. El vorismo es más que un entrenador que salva al equipo cuando se mete en un buen lío...
VALENCIA. Es injusto baremar a Voro por sus méritos técnico, tácticos o siderales con los que ha logrado que el Valencia no haya bajado a segunda división (repitamos: con los que ha logrado que el Valencia no haya bajado a segunda división). Valorarlo tan solo por eso sería compararlo con un entrenador cualquier que está de paso, con un reanimador de banquillos, enfocarlo como un antiLotina, un técnico que en lugar de acabar de hundir a equipos con serios problemas, les aporta bálsamos catárticos.
Me resisto a la discusión en torno a si los méritos de Voro son tácticos, son de pura capacidad de orden, tienen que ver con su don para restar presión a los jugadores y fomentar la autogestión, si son una mezcolanza de todo lo demás o una cuestión de mayúsculo pragmatismo en mitad de un equipo calamitoso. Lo que Voro señala va más allá de esas menudencias.
Hay una trascendencia mayor. El vorismo es antesala del valencianismo. Es un reflejo luminoso que contradice la percepción de orfandad. En mitad de un paisaje en el que al Valencia no le quedaban asideros sobre los que sustentar su compromiso, figuras como él son brújula, son norte. Le restan frivolidad a un club perdido en su día a día cainita, le devuelven sensación de permanencia; lanzan un mensaje: el Valencia sigue estando ahí, siguen siendo nuestras coordenadas.
Esa fidelidad, ese enraizamiento con lo que supone ser del Valencia, es además de todo un factor productivo. Al equipo le irá mejor si tiene a su alrededor transmisores de los valores propios, personas que de verdad saben primar la importancia del club sobre el egoísmo propio. La ausencia durante todo este tiempo de faros emocionales transformó la entidad en un verdaderos amasijo de egos a la deriva, sin identidad común.
Las lecciones de Voro van más allá de la táctica. Tienen que ver con el decoro, con un saber estar a la valenciana, con conocer perfectamente que a la entidad le urgía un tipo que en lugar de generar nuevos problemas despejara temporalmente los que ya había. Comprendo las lágrimas de Layhoon que emocionaron a Spielberg cuando Voro les dijo que no quería más dinero sino continuar en el club. Rodeados de arpías y de profesionales de paso remando sólo a favor de sus marcas personales, en plena competición para ver a quién le pesaba más, la aparición de Voro les debió resultar bien exótica. Voro supo distinguir, anteponer el Valencia. Recorrer mudo meses imposibles, sin entrar al trapo de rumores y maldades.
Si sigue en el club como un entrenador latente, como una figura colocada tal que un jarrón por si urge echar al nuevo míster, como un recambio metido con calzador en el organigrama, se estará perdiendo una oportunidad. Si de verdad el club valora sus enseñanzas, es capaz de que sus decisiones estén influidas por la importancia de la identidad propia, entonces el Valencia avanzará. El vorismo es más que un entrenador que salva al equipo cuando se mete en un buen lío.