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la cantina

¿Y qué más da si no se bate el récord del mundo?

26/11/2021 - 

VALÈNCIA. De pequeño salía a ver el Maratón Popular de Valencia. Me iba en busca de un lugar próximo a la meta y me quedaba embobado viendo pasar a los atletas. No hacía falta una buena ubicación: solía estar solo. Por allí veía pasar primero a los corredores esbeltos y, después, a tíos con las piernas peludas que, en muchos casos, calzaban unas zapatillas inverosímiles. De vez en cuando aparecía una mujer y no era raro escuchar alguna chanza desde la acera. Ellas, acostumbradas a la burla, ignoraban el comentario y seguían con su trote. Pero, sobre todo, me dejaba los ojos buscando a mi tío Fernando, elevado a la categoría de súper héroe por el hecho de ser uno de esos pocos que cada invierno se atrevía con los 42,195 kilómetros.

Me enamoré del maratón desde el primer día. Y mi tío, al ver mi entusiasmo, me mandó un día un calendario con lo que tenía que hacer cada día si quería correr también al año siguiente. El problema es que tenía 13 o 14 años y, por suerte, a pesar de mi insistencia, de ponerme muy pesado, mi madre me lo prohibió.

Diez años más tarde, ya como periodista, empecé a ofrecerme voluntario para ir a la carrera. De secundario. A ayudar en lo que me dejaran. El maratón no había perdido un ápice de interés en todo ese tiempo y cada año volvía puntual a la meta, hacía alguna entrevista a algún corredor y me quedaba hasta que llegaba el último al lado de Fernando Cort, que era el médico que iba viendo en qué estado entraban los participantes.

Mi fascinación por la distancia se multiplicó por culpa de Toni Lastra. Toni era el presidente de la SD Correcaminos, pero, además, era un enfermo, sin comillas, de la carrera a pie. Era su prioridad en la vida. Con él mantenía largas charlas en las que él hablaba y yo escuchaba. Algunas historias las adornaba, pues también adoraba las buenas narraciones, con algunas pinceladas de su invención sin más maldad que querer redondearlas.

Y luego ya me convertí en experto. O en friki, según quién atienda. 

Cada año llegaba algún corredor africano anónimo con la promesa de bajar ¡de 2h12! Pero casi siempre fallaban en su predicción y los organizadores se afanaban en poner en valor una marca que prácticamente no entraba ni en los rankings del año. Hasta que en 2009 fallaron todos los africanos y ganó un valenciano, Andrés Micó, un chico que entrenaba por la noche cuando terminaba de tirarse todo el día trabajando con las vacas. Su tiempo fue tan deplorable -2h26:57- que cambió la historia de la carrera. Porque, hábilmente, Correcaminos aprovechó las críticas para pedirle al Ayuntamiento de València que les permitiera diseñar el mejor circuito posible. Y, además, entraron nuevos patrocinadores que inyectaron un dinero que atrajo a mejores atletas.

El resto ya es historia.

Ahora el panorama es totalmente distinto. Ahora Valencia es la ciudad del running y cada año salta a las noticias de todo el mundo porque aquí, en cualquier distancia, desde el 10K al maratón, pasando por el medio maratón, ha dejado de ser una sorpresa que se bata un récord del mundo. Y eso, siendo como somos los valencianos, ha degenerado en una especie de chulería -que se me entienda- que en ningún momento ha alcanzado a los que montan las carreras, que son más que conscientes de lo difícil que es que esto suceda.

Kenenisa Bekele se tuvo que retirar el año pasado del Maratón de Londres. Por precaución. Y eso abrió una puerta por la que entró en tromba Juan Botella para intentar que se resarciera en València. Pero al final no cuajó la negociación y se anunció que Bekele, uno de los mejores fondistas de todos los tiempos, no iba a venir.

Esa semana iba yo en el coche con un compañero del periódico que se denomina 'runner'. Y sin mucho preámbulo, me disparó a bocajarro: “Vaya mierda este año el Maratón de Valencia, ¿no?”. Yo, incrédulo, intentando rehacerme del golpe, le pregunté por qué. Y él, igual de tajante que la primera vez, me soltó: “Porque no viene Bekele y no van a poder batir el récord del mundo”.

No era el único que pensaba así. Y ahí me di cuenta de que mucha gente había dejado de valorar que cada año vengan a València atletas capaces de correr en 2h03 o 2h04. O mujeres en 2h17 o 2h18.

Este año, ya lo adelanto, tampoco se va a batir el récord del mundo, aunque, visto lo visto en la ruta, vete tú a saber, pero València va a volver a tener dentro de diez días una carrera sensacional, con atletas extraordinarios y 16.000 corredores populares volviendo a llenar de deporte las calles de la ciudad.

Hay muchos fondistas que aspiran al cada vez más prestigioso triunfo en València, pero hay dos con especial caché. Uno es Geoffrey Kamworor, doble campeón del mundo de cross y triple campeón del mundo de medio maratón, de quien dicen que no ha podido acabar muchos entrenamientos por unas molestias en el tendón de Aquiles. Este keniano de 29 años -los cumplió el lunes-, ganador del maratón de Nueva York, intentó compensarlo echándole horas a la bicicleta. Y el otro es Lawrence Cherono, todo un experto en la distancia después de haber completado 17 maratones, el más rápido de todos hace un año en València, donde fue segundo con un tiempo de 2h03:04. Cherono, un hombre de gran corazón que ha donado alimentos durante la pandemia para ayudar a los niños de Iten, tiene 33 años y un palmarés digno de una estrella: 14 podios en esos 17 maratones, con triunfos en Sevilla, Praga, Honolulu y Ámsterdam en dos ocasiones, y dos ‘majors’ prácticamente al sprint: Boston y Chicago. Este verano, en Sapporo, fue cuarto en el maratón olímpico.

Hay muchos más. Hombres y mujeres. Que correrán, o no, en tiempos deslumbrantes. Pero yo, que viví los años de los ganadores por encima de 2h15, ellos, y 2h45, ellas, disfrutaré como el adolescente que salía a la calle y se quedaba embobado viendo a atletas que corrían mucho más torpemente que estos podencos con zapatillas mágicas.

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