VALÈNCIA. He visto casi todos los partidos de la selección española de baloncesto en el Europeo sub20. Un paseo en barca, con una defensa despiadada, que le llevó a la final. En el último partido pienso que acusó ese paseo. No había sufrido y cuando tocó hacerlo, no supo reaccionar. Francia condenó una vez más a esta generación magnífica a la medalla de plata. Creo que si jugaran diez veces, España ganaría no menos de siete. El Valencia Basket tuvo una destacada presencia que iba desde el entrenador y su ayudante (Rubén Burgos y Roberto Hernández) hasta cinco jugadoras. Dos de ellas, Awa Fam y Elena Buenavida, acabaron el torneo dentro del quinteto ideal.
Awa Fam, dos años menor que la mayoría, fue la MVP. La jugadora más dominante desde el primer día hasta el último. Es la mejor pívot de su generación. Pero Elena Buenavida no estuvo muy lejos y también se convirtió en una jugadora determinante tanto en defensa como en ataque. Las dos, curiosamente, no jugarán en la Fonteta la próxima temporada porque el club ha decidido cederlas al Lointek Gernika, un equipo al que le ha tocado la lotería: estoy totalmente convencido que cualquier club de la Liga Femenina querría a las dos en su plantilla.
Esta decisión me apena. Creo, estoy seguro, que las dos tienen tienen ya calidad suficiente para formar parte de la plantilla de Rubén Burgos. Y al entrenador le encantan estas dos jugadoras. Pero el Valencia Basket, deduzco que porque Esteban Albert, el responsable del baloncesto femenino en la entidad, ha pensado que es lo mejor para ellas y para la club, prefiere que disputen muchos minutos en un equipo más modesto como el vasco.
Seguro que Albert ha pensado que es la solución ideal. Y me dicen que eso es también lo que ellas quieren. Pero yo no estoy de acuerdo. Buenavida lleva ya dos temporadas con minutos importantes en el primer equipo y cada vez es más completa. La escolta canaria tiene justo enfrente, en cada entrenamiento, al modelo perfecto para ella: Queralt Casas, el alma de este equipo. Es una chica comprometida, muy buena en defensa y descarada, y al mismo tiempo comedida, en ataque. Buenavida es una de mis debilidades y creo que ayudaría a fomentar ese carácter luchador que irradia Casas entre sus compañeras. Un equipo siempre es mejor en la medida en que sus jugadoras sienten un vínculo mayor hacia ese equipo. Y las dos lo tienen por el Valencia Basket.
El caso de Awa Fam es un misterio para mí. No entiendo que la temporada pasada no jugara ya 20 minutos por partido en la Liga Femenina. Cuando tuvo esos minutos, respondió con creces. Pero la orden era tajante, que no tuviera esa oportunidad. Alguien debe pensar que eso es lo mejor para ella. Y yo, harto de ver durante décadas a jóvenes que arrollan por su talento, no entiendo esta contención desmesurada que no ha tenido, por poner un ejemplo, Yamine Lamal ni en el Barcelona ni en la selección.
No todo el mundo piensa igual que Albert. Pero manda Albert. Lo que no entiendo es qué sentido tiene L’Alqueria del Basket pagada del generoso bolsillo de Juan Roig si cuando sale una jugadora seguida en las dos costas del Atlántico desde hace tiempo, el club decide mandarla a un equipo de segunda fila. La única buena noticia es que seguirán juntas, asentando esa pequeña sociedad que en Lituania causó estragos. Casi la mitad de las cinco asistencias por partido que repartió Buenavida en el Europeo acabaron en las manos de Fam.
Hay quien dice que aún están verdes para la Euroliga. Tengo mis dudas sobre esto. Ninguna sobre que su aportación en la competición nacional serviría para dar descanso a sus compañeras para Europa. Me da rabia, ya como aficionado, perderme a dos jugadoras inteligentes, generosas y solidarias como estas dos. Yo quiero en mi equipo a chicas como Elena Buenavida, que en el momento en el que es premiada como la mejor escolta de un Europeo, rompe a llorar por una derrota que no deja de doler.
Vi el debut de Awa Fam con 15 años. Lo viví detrás de sus padres, felices e ilusionados por una niña a la que mandaron de Santa Pola a València con 13 años, una ilusión enorme y unas zapatillas que costearon entre la comunidad de senegaleses de Santa Pola. Unas Adidas rojas y blancas que Fam, que no olvida sus orígenes, que ha viajado cuatro veces al país de sus padres para conocer sus raíces, guarda al fondo de un armario para saber siempre de dónde viene.
Ya han pasado casi tres años desde aquel estreno tan ilusionante. ¿Cuánto más habrá que esperar para ver de seguido al mayor talento que ha dado el baloncesto valenciano?