Hoy es 14 de octubre
VALÈNCIA. Los últimos días han sido de cierto equívoco. El Miguel Zorío de 2021, imitando a Miguel Zorío de 2008, se ha afanado en mostrarse como la solución a todos los problemas. A su alrededor, una pequeña corte se ha esforzado en dar consistencia a la propuesta del vicepresidente de Soriano, disimulando como quien ve entrar por la puerta a un viejo conocido al que saluda como si fuera la primera vez. A pesar del intento, es imposible quitarse el aroma del tiempo.
Zorío Versión 1 y Zorío Versión 2 terminan fusionándose. Frente a las posibles soluciones, el Zorío unificado trae más problemas. Se reconocerá en su figura el empeño de quien no desiste y plantea alternativas voluntariosas para arreglar el desaguisado. Pero ciertamente lo que hay escrito en esos folios que agita perennes, con su mano, desde hace 13 años, son las direcciones de un laberinto sin escapatoria del que el Valencia no ha sido capaz de escapar en todo este tiempo.
A menudo situamos en la llegada de Peter Lim la fecha justa en la que el meteorito impactó sobre nuestra Tierra, acabando con los dinosaurios. Pero ya se sabe que el meteorito en realidad fue la puntilla de un proceso de decadencia que había dejado a la especie indefensa ante las nuevas condiciones terrestres. Y Zorío estuvo allí: incrementando con su descrédito y sus promesas huecas una degradación sideral; abriendo las rendijas con pico y pala para que los patógenos y los fondos oportunistas se colaran entrando por el pórtico de la gloria.
Es verdad que podríamos hacer como que lo conocemos por primera vez. Obviar los precedentes. Olvidar que la gran aportación de aquel periodo fue regalar el club a una trama que, a partir de la falsificación de miles de millones de dólares de bonos de la Ford Motor Company, hacía circular credenciales fake.
La desesperación de hacer fuera a Peter Lim no puede articulares con más desesperación: la de volver a la casilla de salida, la de recurrir a los prestidigitadores de siempre: los viejos conocidos que tuvieron su oportunidad y la desperdiciaron abocando al Valencia a una situación límite.
Resulta comprensible la voluntad del exdirigente por exhibir cacareando su propuesta de acabar con el hambre del Valencia con un chasquido de dedos; por encarar con cornetas y tambores un proceso que, de ser solvente, requeriría discreción y fontanería. En realidad busca que sea el ‘entorno’ quien lo designe como candidato y le haga el trabajo sucio.
Volver a enarbolar la hoja en blanco como bandera de la esperanza es frustrante. Supone no escapar del bucle. Regalar el marco a Lim, facilitar que el tiempo siga pasando entre intentos condenados mientras el Valencia sigue en un limbo que lo paraliza, en mitad de una revolución industrial sin precedentes. Abanicarse en el autoengaño. Es anteponer la fe a la razón. Más que una marea, una charca con el agua estancada.