VALÈNCIA. En condiciones normales hubiera tenido el Villarreal marcada la eliminatoria ante el Valencia con rotuladores fluorescentes como corresponde a la rivalidad propia de la vecindad ‘futbolera’ y en recuerdo de aquella semifinal de 2004 que tanto costó de digerir al submarino amarillo por un penalti que no olvidan pero... la situación del equipo en la Liga y los problemas futbolísticos propios que viene evidenciado este año, apuntaban al Valencia como gran favorito para superar el escalón de cuartos.
Seguramente el jarro de agua helada recibido en los últimos instantes en La Cerámica encajando más allá de lo justo, sacó definitivamente de la Europa League al equipo de Javi Calleja que, pese a sus problemas clasificatorios, presentó batalla en el encuentro de ida. Pero los goles los puso el Valencia y sólo hizo falta levantar el telón en Mestalla bajo el agua para que Toni Lato pusiera la puntilla y que, cada uno, a partir de aquel instante, retornase a sus quehaceres ligueros. Los de amarillo a su lucha para huir de la zona de tragedia y los blancos a tratar de coger gusto al Villamarín, donde espera una Copa, y a porfiar por tres puntos que se antojan como necesarios mirando a las posibilidades de alcanzar la cuarta plaza en Liga.
No es fácil perder de vista la Europa League porque estar a dos partidos de otra final es como para no pensar en otra cosa durante el día y también por la noche. Si, además, esos dos encuentros se han de disputar contra un equipo de Emery y contra un histórico de la Premier, la inquietud todavía es mayor pero... en Sevilla hay mucho el juego. La verdad es que ni el más atrevido de los optimistas podría haber imaginado allá por el mes de diciembre que el equipo que había caído eliminado de la Champions y que deambulaba tristemente por la parte baja de la tabla, estaría hoy en una final, acercándose a otra con paso firme y compitiendo para optar para repetir en Champions pero... el fútbol tiene estas cosas y, seguramente, sea por ello por lo que nos tiene a tanta gente ‘enganchados’.
Y ante tan ilusionantes perspectivas me gusta el talante de un Marcelino que huye de la euforia como alma que lleva el diablo. El asturiano, no me cabe la menor duda, es el que más ilusionado está por lo que puede llegar a ocurrir, pero sabe que nada se ha conseguido todavía y que debe ser el primero en transmitir serenidad y exigencia. De poco serviría dejarse alma, corazón y vida para, tras salir del pozo, acabar muriendo en la orilla. Y de verdad pienso que Marcelino tiene un temple más que adecuado para que nadie se duerma el los laureles y para que nadie caiga en la tentación de empezar con las celebraciones sin haber entregado el último aliento.
Ojalá no me equivoque y veamos en Heliópolis la mejor versión del equipo, porque, teniendo en cuenta que el miércoles toca visita al Metropolitano, tanto los puntos de Sevilla como los de Madrid, serán necesarios para no perder el tren de la Champions. Esta plantilla y su cuerpo técnico están haciendo enormes esfuerzos para remontar un río en el que estuvieron cerca de naufragar por deméritos propios pero lo está remontando con un mérito incuestionable. Queda un mes y medio de apretar los dientes con fuerza y... conquistar la gloria. El perdón de la gran mayoría de los aficionado por lo ocurrido en la primera vuelta ... ya lo conquistó hace tiempo.