ALICANTE. Por si los ánimos no estaban ya caldeados entre los concentrados ante la puerta cero del estadio José Rico Pérez la noche del sábado, la referencia que hizo en sala de prensa Vicente Mir a que el equipo se había caído cuando la grada la emprendió con los jugadores terminó por encresparlos aún más.
Si Jesús Muñoz tenía una cuota de responsabilidad mínima en el desaguisado, el preparador de Meliana todavía menos de lo mismo, pero a nadie le escapa que se esperaba muchísimo más de los blanquiazules este sábado.
Pese al tercer cambio en el banquillo en 17 jornadas (si pasamos por alto la rotación que ascendió fugazmente a José Vegar al puesto de primer entrenador), ante el Badalona el Hércules continuó ofreciendo una imagen tan pobre como la dada en el noventa por ciento de los partidos disputados anteriormente: la falta de actitud, de la intensidad mínima en una plantilla que se supone profesional y consciente de que tiene el privilegio de vestir la camiseta de una entidad que va camino de los 98 años de historia, volvió a ser tan escandalosa que si alguien pensaba que el grupo era recuperable y que con solo un par de retoques en el mercado de invierno iba a bastar para salvarse sin problemas se equivocaba y mucho. No es que haga falta una revolución, es que sobran 22 jugadores. Y lo peor es que está muy por ver que aún acometiéndose lo anterior se logre eludir el descenso a Tercera.
Cuesta creer que una plantilla que llegó a la final del 'play-off' de ascenso pasado pueda en apenas seis meses arrastrarse de la manera que lo hace la del Hércules, pero es la pura realidad del grupo confeccionado por Javier Portillo por lo que ya tardan Enrique Ortiz y Juan Carlos Ramírez en extenderle una cheque en blanco a los Paco 'Metralla' y Paquito, los sucesores del madrileño, para que confeccionen un equipo nuevo en dos semanas que sobre la bocina logre la permanencia. No se me ocurre un mejor último servicio de los empresarios antes de coger la puerta e irse.