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13 de noviembre / OPINIÓN

Alma y corazón hasta el final

10/05/2022 - 

VALÈNCIA. Me parece increíble que a estas alturas aún haya posibilidades de obrar el milagro de la salvación. Son escasas, pero el simple hecho de que exista un mínimo resquicio de luz para creer en lo imposible es la leche. No es un consuelo, ni todavía menos un remiendo que subsane las causas que han generado esta realidad agónica ni tampoco sería justo obviar una reacción que está restableciendo poquito a poco ese factor que hace al Levante diferente: la comunión entre equipo y afición. Porque acabar con dignidad y defendiendo el escudo, como se está consiguiendo, es empezar a construir las bases de un hipotético ascenso inmediato. Cada uno evaluará la ilusión a su manera. Cada uno soñará con la gesta a su antojo. Todo es posible en esta montaña rusa de emociones que está siendo el Levante. De la locura a la frustración y viceversa. Es muy complicado de entender, y de explicar, incluso teniendo el sentimiento granota grabado en las entrañas, lo que está sucediendo esta temporada. O mejor dicho desde que se escapó la final de Copa. Y aún me iría más atrás cuando los resultados eclipsaban un escenario: se estaba jugando con fuego y el riesgo a quemarse se aproximaba peligrosamente.

Ahora es normal que exista una mezcla entre desafiar a la lógica y aferrarse a la gesta del siglo o ser realistas y no hacerse más ilusiones de la cuenta para evitar que el golpe duela en exceso. El momento actual, inesperado unos cuantos meses atrás, es gracias a la afición. No recuerdo un sentimiento tan auténtico como el ‘sí se puede’ del viernes y el himno a capela al final del triunfo cantado al unísono, con el estadio en pie y los jugadores en el centro del campo. Escuchar rugir al estadio fue maravilloso. Una barbaridad. Que haya ganas de jarana es por culpa de los que nunca fallan. De un Ciutat con alma, que se vuelca al cien por cien con el equipo, a puro corazón y sentimiento pese a lo sufrido, que demuestra que su identificación no entiende de categorías, que, sobre todo, es inteligente y no olvida las múltiples muestras de deshonra que se fueron acumulando en una mochila pesadísima, y que el jueves se hará notar en el Bernabéu en la enésima final. ¿La última? Ojalá que no y que el 12 de 12 siga intacto.

Porque solamente vale ganar a un Real Madrid ya campeón de Liga, que tiene la mente en la final de la Champions del 28 de mayo contra el Liverpool, aunque por su historia no querrá despedirse con borrones, y al que el Levante le tiene tomada la medida, ya que le consiguió ganar en la ‘era Paco López’ en más de una ocasión. Sin embargo, ante rivales de esta envergadura, la estadística queda en un segundo plano y lo que tiene que prevalecer es la necesidad deportiva. El Levante debe hacérselo sentir al Madrid desde el pitido inicial. Tiene que ser atrevido, valiente y ambicioso… y que la urgencia no lleve las riendas. El partidazo cerrará la antepenúltima jornada y sabiendo los resultados de Granada, Alavés, Getafe, Mallorca y Cádiz (en este orden). Le pediría a Ancelotti que, como hizo en el Wanda Metropolitano, siga dejando en el banquillo a Courtois, Mendy, Carvajal, Valverde, Modric, Vinicius y Benzema. Mejor dicho, que cambie de opinión, ya que tras perder el derbi madrileño anunció que contra los nuestros jugarían los que menos minutos tuvieron frente al Atlético o que ni aparecieron en acción. Ni en las rotaciones blancas pensando en París hay suerte porque Carlo avanzó también que en la siguiente reválida ante el Cádiz volverá a emplear a la teórica segunda unidad.

“Hay que ir a muerte”, afirmaba Alessio tras el último esquizofrénico triunfo. No hay más cuentas posibles. Lo que no sea asestar una nueva estocada en la capital sería certificar un desenlace que parece escrito desde hace tiempo, aunque aún sin el punto y final a esta historia. Incluso, en el peor de los escenarios (que es muy posible), la necesidad se elevaría al grado más extremo si el Granada venciera 48 horas antes al Athletic, con lo que los granotas saltarían al césped sabiendo que una derrota en Chamartín supondría el descenso matemático. Sabéis que no me gusta hacer números, pero no queda otra. Hay que ganarlo todo, que el Mallorca sume como máximo seis puntos y aún debería producirse una de estas tres opciones porque hay que adelantar a un segundo equipo: que el Granada amarre solamente tres puntos, dos el Cádiz o que el Getafe pierda los tres encuentros que le restan. Suena a misión imposible porque además los rivales en la misma pelea están reaccionando y los duelos directos (y hasta los indirectos) no acompañan. El fútbol nos ha dado muchas vidas extra. Hay que seguir.

He repetido una y otra vez que da igual quién esté delante. Es que aunque el Levante ha sido colista prácticamente toda la temporada (ahora lo es el Alavés), me sigue costando digerir que esta plantilla haya comprado tantísimas papeletas para descender porque tiene argumentos para no estar con la soga al cuello. Y me da mucha rabia que la travesía en la máxima categoría pueda acabar así. Igualmente soy consciente de cómo y por qué se ha llegado hasta aquí, que se ha metido mucho la pata dentro y fuera del verde con decisiones erróneas y pérdidas de tiempo, y tengo bastante asumido que el final será el que nadie queremos. Si luego hubiera gesta (que hay que pelearla al extremo), menuda locura, aunque sin perder la perspectiva en ningún instante. No hay que enterrar lo vivido, y, pase lo que pase, el empastre que nos ha llevado a convivir cara a cara con el abismo debe provocar una reflexión profunda y una regeneración de arriba a abajo.

Ahora manda el balón y la obligación de sumar, sumar y volver a sumar (y de tres) es el único camino posible ante el rival de turno, sobreponiéndose a los muchísimos contratiempos que han convertido cada partido en una explosión de emociones. Cada batalla está generando un desgaste inmenso. Lo más positivo es que el equipo compite, sí se está dejando el alma y ese esfuerzo se premia. Quedan tres finales y solamente dos semanas de agonía futbolística. Alessio ha conseguido transformar a un vestuario que era incapaz de salir a flote, que se sentía mentalmente mucho más débil, en un Levante solvente, sólido y con autoestima, pero que arrancó desde muy atrás y eso pesa muchísimo. Morir en la orilla no debe ser un pañuelo para limpiar las lágrimas. Cuando todo acabe habrá que dejarse de tonterías y poner nombres y apellidos a los responsables de una temporada que debería marcar un antes y un después.

El descenso sería un fracaso en mayúsculas y con un montón de culpables. Por supuesto que también los jugadores, que no deberían salir indemnes de la quema. Estos futbolistas (y generalizo) son los que han conseguido hacer creer en una machada para la historia a partir del triunfo en el Wanda (con sus idas y venidas incluidas) y los mismos que encadenaron las primeras 19 jornadas sin ganar, más las ocho del cierre del curso anterior. Pero, de momento, dejémonos hasta la última gota de sudor y sangre para aferrarnos a la vida. Es un milagro que un equipo que acabó la primera vuelta con ocho puntos tenga todavía opciones matemáticas de permanencia. Y eso es gracias a ellos, a los Morales, Pepelu o Roger, que llevan la bandera de la resistencia, u otros como Miramón, Son o Duarte que minimizan sus limitaciones con intensidad y sacrificio.

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