No lo tienen muy claro eso de que la unión hace la fuerza la Liga de Fútbol Profesional, la Asociación de Futbolistas Españoles y la Federación Española de Fútbol—donde entra el deporte balompédico practicado por hombres y por mujeres—. Tengo la sensación de que, tan pronto surge un imprevisto, cada uno tira para su lado, compulsivamente, sin ver al otro y se paran a comparar a ver quién lo tiene más grande… el orgullo, claro. Me produce cierta pena ver que sus diapasones andan tan descompasados, tan en desarmonía, porque, al fin y al cabo, aquí hay mucho más en juego que los intereses de un solo colectivo: la estructura de fútbol que teníamos es posible que se venga abajo y tengamos que reinventarnos otra manera de entender este deporte y no solo hablo del profesional. No sé hasta qué punto el deporte amateur está en la mente de nadie, pero no se avecinan buenos tiempos para muchos equipos pequeños de pueblos o de capitales, que necesitan de muchísimos medios para sobrevivir y que la actual situación económica y laboral de las familias, unido al resquebrajamiento de muchas pequeñas empresas que patrocinaban estos proyectos, están tocados, heridos en sus bolsillos y en su voluntad. Al final, todo acabará resolviéndose para los más poderosos, porque tienen la fuerza que da el poder, no el poder que da la unión. Esto demuestra que hay tejidos democráticos muy cuestionables, porque el absolutismo despótico, encubierto, del capitalismo lo ha disfrazado con maña y sibilinamente. Queda por ver de qué modo el fútbol modesto, el que nos alegra los sábados y domingos por la mañana, vence esta crisis, mientras que los poderes fáticos están luchando, cual titanes mitológicos, por quién se convierte en el rey del Olimpo e impone sus normas.
No falla eso de que, frente a una crisis, una revolución o una revuelta, siempre hay algunos intereses personales que, desde detrás, saben mover sus hilos en beneficio propio, a costa del sacrificio de la masa. Por eso, cabe dejarles bien claro a todos los presidentes de las susodichas instituciones que se dejen de querer imponer su criterio y velen por aquel que sea más justo para todas las partes y acorde con unos principios de ética e igualdad, porque solo por ahí podemos recuperar el fútbol de verdad, que era aquel que vibraba antes de que esta liga se convirtiera, gracias a intereses económicos poco éticos y a los apoyos ciegos de muchos medios, en una perfecta muestra de desigualdad. No perdamos, pues, la oportunidad de que esta liga la pueda ganar un equipo aseado, que haga muy bien las cosas, que luche en el campo, que se lo gane sobre el césped y no padezca tanto el desequilibrio presupuestario.
Visto así, no podemos hacer que Madrid, Barcelona y Atlético vendan menos camisetas, pero sí podemos estrechar su diferencia presupuestaria, ahora que nos estamos reinventando la liga española, con una equidad justa en el reparto televisivo, y que estos tres cruceros de guerra (¡lástima que el Valencia ya perdió ese tercer lugar cuando vinieron las estupideces presidencialistas de un lado y de otro!) se asemejaran algo más a las fragatas que son el Valencia CF, el Sevilla, el Bilbao, el Villarreal o la Real Sociedad; porque tras ellos, el resto de equipos ya tienen unas asignaciones de dinero algo más parecidas. Así, a fecha de hoy, es casi imposible que cualquiera de esos equipos de segunda línea llegue, algún día, a ganar la liga española y esto no era así hace veinte años o treinta. Sí, lo lógico era que la ganaran los Barcelona o los Madrid de antaño, pero se tenía la sensación de que podía salir una Real Sociedad peleona, un Valencia contestón, un Deportivo de la Coruña sólido, un Atlético inspirado, etc.
En Inglaterra, por ejemplo, si quitamos la insultante superioridad de este año del Liverpool, hay hasta siete equipos que podrían ganar el campeonato, dependiendo del año y de algunas circunstancias. Nosotros somos, pues, la liga escocesa: la del al lado, la hermana pobre. No sé por qué esto no lo cambian, porque es frustrante para los equipos y sus aficiones que, tan pronto te sale un futbolista bueno, lo único que puedes hacer es venderlo pronto, porque sabes que, de algún modo, puede irse sin dejar ni un euro en cuenta. Equipos como el propio Valencia no pueden competir, en salarios, con una buena parte de los clubes europeos, a pesar de que tenemos un magnate moviendo los hilos del club. Nos vale para poco.
Mientras tanto, mientras esta situación siga sin revertirse, seguiremos poniendo nombres de jugadores sobre la mesa: esto nos gusta, nos encanta llenarnos de ilusión, aunque sepamos que no es cierto y que mirar a un futbolista, seguirlo, no implica tenerlo, pues, si os fijáis, la coletilla que viene luego es un “pero el futbolista tiene muchos pretendientes y no será fácil, ya que se antoja una operación cara”. De eso va el aburrido páramo del balón sobre el césped: de llenar esperanzas donde la realidad solo deja desiertos a su paso. Habría tantas cosas que cambiar de este modelo actual de campeonato que, casi con seguridad, darán cuatro pinceladas a lo superficial, tirará cada cual para su lado, tendremos espectáculo de declaraciones, montaremos una verbena el día que volvamos a ver fútbol en la televisión y nos volveremos a preguntar si este COVID-19 ha cambiado tanto este deporte y esta sociedad: al final, los pobres más pobres y los ricos…