VALÈNCIA. He estado a punto de inscribirme en la peregrinación al castillo de Cullera que ha iniciado Ernesto Calpe y que amenaza con convertirse en una tumultuosa manifestación de reafirmación levantina, tras este año que, acabe como acabe, será de transición hacia un club más maduro y mejor estructurado.
La peregrinación de Calpe se iniciará en Valencia, andando y por supuesto se detendrá para el armossaret. La distancia será ¡la de una maratón! y, en función del ritmo, podría durar 9 horas o más. Poca broma. Sólo si se salva el Llevant, claro. Y desde luego si juega lo que resto de liga con la intensidad y la actitud del Metropolitano, mejora algunos aspectos y tiene el punto de suerte que le ha faltado toda la temporada podría conseguirlo. Pero estamos aún lejos de ese escenario que empezaría a vislumbrarse si hoy se gana en Vigo.
Durante las semanas anteriores a la machada ante el Atlético, derrota a derrota, me fui quedando más solo que la una, más entre los periodistas que siguen al Llevant que entre la hinchada, por afirmar sencillamente que estábamos vivos y hacer un llamamiento a luchar hasta el último aliento. Es más: he comprobado que hay gente a la que le asusta y le molesta que otros luchen. Les parece intolerable hacerlo más allá de los límites que ellos contemplan como razonables. En fin.
Sin embargo he decidido, de momento, no apuntarme a lo del pequeño de los Calpe. Aunque me parece una iniciativa encomiable, en mi caso sólo es por una íntima (ahora pública) convicción: creo que aún no es el momento de volver a hablar abiertamente de salvación. Creo que es mejor para todos y sobre todo para los futbolistas, que son quienes deben hacerlo posible desde el césped, poner sencillamente encima de la mesa el respeto sagrado que le deben al escudo todos los futbolistas. Hay muchos que siempre lo han mostrado, pero sólo habrá opciones reales de hablar de algo más si todos, sin excepción, más allá de sus capacidades, se dejan el alma en cada partido por la victoria, sin mirar la clasificación ni hacer cábalas. De hecho así se conquistó el Metropolitano, que se antojaba imposible con la actual dinámica.
La victoria en casa de Simeone, por tanto, representa sólo el derecho a seguir vivos en Balaídos. El partido de Vigo nos permitirá calibrar si hasta los más indolentes lo dieron todo en Madrid porque es escaparate inmejorable para escapar de la quema o si es el inicio del efecto Miñambres, como preconizamos en el último Bombeja Agustinet!
La última vez que el Llevant empalmó dos triunfos consecutivos fue para cerrar la campaña 2019/20: precisamente en Vigo (2-3) y en Orriols ante el Getafe (1-0). Para encontrar las dos últimas victorias consecutivas a domicilio hay que remontarse a octubre de 2018, cuando los granota asaltaron el Coliseo y el Bernabeu. Esta vez habrá que hacer historia y empalmar unas cuantas más. Pero de eso no hablamos aún. Ganar en Vigo sería una proeza y dispararía la esperanza ante el derby contra el Elche del viernes que viene. Pero hoy solo existe Balaídos.
Si el equipo muerde como ante el Atlético y Alessio vuelve a hacer un planteamiento inteligente y ganador, el Llevant tendrá muchas opciones. La victoria de prestigio en Madrid confirma que esta es la senda correcta. Los jugadores, sin embargo, deben ser plenamente conscientes de dos cosas: que el objetivo sigue lejos y que, como nos dejó escrito Lao-Tse, “un viaje de mil millas comienza con un primer paso”. Y ese ya está dado. Con la victoria del Metropolitano y con la iniciativa de Ernesto Calpe.