VALÈNCIA. Sólo él sabe el trabajo, sufrimiento y padecimiento que le ha costado, pero lo ha logrado. Daniel Parejo Muñoz, un futbolista exquisito, ha aporreado la puerta grande de Mestalla, hasta derribarla. Que tiene una clase exquisita, nunca se le ha negado. Que posee una calidad individual extrema, nunca ha estado en cuestión. Y que cuando quiere, es capaz de llevar el destino de todo un equipo en la mochila, jamás se ha cuestionado. El tendido siete de Mestalla, que exige porque paga, siempre lo ha sabido. En ese futbolista hay fútbol del bueno, un pelotero de barrio y talento por arrobas. Si el fútbol es querer, saber y poder, Parejo es ahora mismo el tres a uno perfecto. Pleno de confianza, maduro de cuello para arriba y talentoso de cintura para abajo, es el líder del vestuario, un capitán que ejerce, la referencia obligada, el metrónomo que acelera o frena a la carta, el tipo que después de muchas temporadas, ha conquistado, por fin, al público de Mestalla.
Durante más partidos de los que uno puede llegar a recordar, Parejo nunca ha dejado indiferente a nadie. Con tantos partidarios como detractores, el de Coslada parece haber encontrado su lugar en el Valencia y también en el fútbol. A su aptitud, siempre sobresaliente, ahora le suma una actitud matrícula de honor. No siempre fue así. Y entre algunos errores groseros, dentro y fuera del campo, y que algunos le tenían cogida la matrícula, a Parejo le ha costado llegar a la cima lo mismo que a Tenzing Norgay y Sir Edmund Hillary les costó escalar el Everest. Hasta la fecha, con Parejo siempre había un pero. Hoy eso ha cambiado. Ahora es Parejo, con un fútbol de 24 quilates, el que ya no sólo abre la boca cuando tiene la pelota, sino que ahora también las cierra. Y todo es culpa suya. De nadie más. Se ha transformado en todo aquello que sus críticos le echábamos en cara. En líder indiscutible, en cerebro, en capitán, en faro, en guía espiritual y en la prolongación de la figura del entrenador.
Más allá del talento y sobre todo, de la fuerza de voluntad del propio Parejo, está la influencia de Marcelino García Toral. Ese tipo al que algunas voces, no hace mucho, números en la mano, querían ver fuera de Mestalla. Él ha llenado el depósito de Parejo de confianza, le ha hecho sentir importante, le ha dado galones y el futbolista le ha respondido con grandeza. Dándole lo mejor. Dentro y fuera del campo. Gana Parejo. Gana Marcelino. Y sobre todo, gana el Valencia. Es posible que Parejo sienta que él no ha cambiado y que sigue jugando exactamente igual que como siempre lo ha hecho. Y puede que tenga razón. Servidor, que es bastante más torpe, cree que el gran cambio de Parejo pasa por haberse autoimpuesto la responsabilidad que le cabe a la altura de su fútbol. Él y nadie más que él se ha obligado a ser es el francotirador en cada pelota parada, el socio de todos para salir con la bola limpia de la cueva, el artista que entrega la pelota siempre en mejores condiciones de las que la recibe y además, se ha arrogado la capacidad para interpretar, con una precisión científica, cuándo el equipo debe correr y cuándo debe frenar.
Hubo un tiempo en el que quien esto escribe estaba convencido de que Dani Parejo, cuando dejase el fútbol, podría llegar a pensar que llegó a ser la mitad de jugador de lo que pudo haber sido. Craso error. Dani Parejo, por fin, se ha puesto a la altura de su fútbol de altura. Ya no sólo domina los tiempos del juego con una naturalidad propia de los genios. Ahora, además, es “el jefe”. Se lo ha ganado. A pulso. A pleno pulmón. A fuerza de insistir. De creer en él mismo. De abrir bocas a la vez que las tapa. Parejo, una enciclopedia futbolística, ha conseguido lo más difícil que existe en el mundo del fútbol: tornar los pitos en aplausos, la desconfianza en reconocimiento y la crítica en elogio. Eso merece respeto. El que Dani Parejo se ha ganado. Hay quien dice que Mestalla es muy exigente. Es cierto. Tanto, como que el jugador que conquista esa plaza ya nunca sale del corazón de esa hinchada. Y Dani Parejo, por derecho propio, ha puesto ese estadio boca abajo. Como lo que él ha luchado por ser. Capitán y alma de un sentimiento. Chapeau.