análisis | la cantina

Claver, un gregario de lujo que nunca necesitó el ‘glamour’

5/07/2024 - 

VALÈNCIA. La cancha de L’Alqueria del Basket fue como una Thermomix llena de ingredientes batiéndose unos con otros. Fue gente muy interesante a despedir a Víctor Claver. Jugadores, leyendas, entrenadores a los que había perdido la pista, la selección española casi al completo, gente que te cae bien, gente a la que caes mal… Y Ricky Rubio. Ya he contado muchas veces que yo admiro a pocos deportistas y uno de ellos es Ricky, a quien el carisma se le cae de los bolsillos. Creo que nunca he disfrutado tanto viendo baloncesto como cuando Ricky era feliz y sonreía en una cancha haciendo las maravillas que hacía y hace.

Claver se fue haciendo lo que menos le gusta, siendo el protagonista. Él, que fue capaz de brillar como una estrella eligiendo ser un gregario, que siempre prefirió un buen bloqueo a una canasta, que casi siempre le tocaba la estrella del equipo rival, se tuvo que poner delante del atril, mirar al público y ponerse a hablar. Un discurso que fue como si masticara arena.

Claver es el último de la última generación con la que tuve un trato más o menos cercano. Yo ya conocía a su padre, que había sido jugador, de central y lateral, del mítico Marcol y entrenador del Alzira. Aquel equipo estaba arruinado y no pagaba a los jugadores. Aún así, con su capacidad de liderazgo, fue capaz de llevar al Alzira a ganar la Recopa. Fue entonces cuando lo conocí.

Ricky tiene una relación extraordinaria con Claver, al que valora tanto en lo deportivo como en lo personal. Su frase al final del homenaje tiene mucho significado. “Pau, Navarro o Rudy destacaban mucho en cuanto a números y estadísticas y títulos, pero creo que muchos de esos títulos no se hubieran conseguido sin él. En 2019 (España se proclamó campeona del mundo en China) fue la pieza clave. Estuvo Marc Gasol en las semifinales, o Llull, o incluso yo, pero no se habló tanto de Víctor, una pieza clave sin la cual no funciona el motor. Creo que él sabe que tiene el reconocimiento de la gente que le quiere y no necesita el ‘glamour’ de todo lo demás”.

No fue fácil tomar el testigo de aquellos júnior de oro, una generación irrepetible, y Ricky, Llull y Claver fueron capaces de mantener el nivel, un reto que parecía imposible.

El valenciano también fue un incomprendido. A veces venía a jugar a la Fonteta con otro equipo y se escuchaban silbidos. Cuatro incultos, la verdad. Claver, junto a Juan Carlos Ferrero, Isabel Fernández y alguno más, es uno de los mejores deportistas de todos los tiempos nacidos en la Comunitat Valenciana. Una leyenda de nuestro deporte que hubiera merecido más respeto y honores. Pero también aprendió a vivir con eso. Ya lo dice Ricky: no necesita el glamour para ser feliz.

Hubo un momento del discurso que pasó desapercibido. Fue cuando empezó a nombrar a algunas de las personas a las que estaba agradecido. Y habló de Kike. Kike Almela, un hombre que hace de todo en la Fontenta, que estaba en la última fila de la parte de abajo, con cinta americana pegada en el pantalón -había estado trabajando un rato antes para que todo estuviera perfecto-, se quedó estupefacto. Pestañeó, se aseguró de que había escuchado bien y se quedó sin palabras, emocionado. Solo un tipo generoso y tan poco amigo del glamour puede acordarse en su discurso de despedida de un técnico que trabaja en el pabellón (desde hace un siglo, eso sí).

Por ese tipo de detalles, siempre ha sido diferente. Tardó en formar su personalidad, pero luego fue incorruptible. Esta última temporada he vuelto a la Fontenta a trabajar. Y yo, cuando trabajo, soy un obseso de los detalles. Víctor Claver me ha fascinado por su respeto a los árbitros y a los rivales. Y cuando le veía hablar educadamente a los árbitros, me parecía escuchar la voz de su padre, la misma que escuchaba delante de unas cañas y un plato de chistorra en la terraza del bar Iruña, enfrente de Maristas, donde le gustaba sentarse con sus alumnos, hablándole a su hijo de los valores innegociables del deporte.

Ahora es él quien comienza a hablarle a su hijo de estas cosas. El pequeño Hugo aún no entiende muy bien de estos asuntos, pero Víctor lo observa y piensa en cómo sería jugando con su ‘iaio’. “Mi padre fue jugador de balonmano, entrenador y profesor, pero sobre todo fue educador”, explica Claver, que ahora, mientras decide qué hace con su vida, tiene la misión de educar a su hijo como su padre lo hizo tan bien con él.


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