VALÈNCIA. Cada día que pasa y cada partido que el Valencia juega en Mestalla, queda más claro que el único clavo ardiendo al que puede aferrarse el valencianismo es el equipo, o lo que queda de él, y el entrenador que, aun no siendo infalible, sí está demostrando tener un plan y, lo que es más importante, estar dispuesto a cambiarlo en función de las contingencias de cada encuentro. Pero, por encima de su solvencia competitiva, que viene totalmente condicionada por una demolición premeditada y alevosa por parte del máximo accionista, es público y notorio que tanto futbolistas como entrenador sí son capaces de observar el respeto y la consideración que la afición valencianista merece.
Algo bien distinto y mal oliente se puede otear si posas la mirada en el palco. Allí se ha hecho fuerte un personaje que ni ha estado, ni está, ni estará nunca a la altura del cargo que ostenta para sonrojo de los valencianistas de a pie. Un personaje que se ha tomado cada partido como un desafío al aficionado haciendo gala de la peor educación posible parapetado tras una guardia pretoriana de cuatro `palmeros’ bufonescos y que ha tomado la fea costumbre de comunicarse con la plebe haciendo uso y abuso de un lenguaje gestual grosero hasta la náusea. Y lo bien cierto es que es un hombre infinitamente afortunado y no sólo por el hecho de presidir una entidad honorable como el Valencia CF, si no por haber ido a parar a una tierra habitada por gentes maravillosas, pacientes y pacíficas. Porque… de no ser así, no le saldrían gratis, como le están saliendo, la colección de gestos despectivos con que se produce en el palco cada tarde de partido.
Entiendo que le suene mal la cantinela de ‘Anil, canalla, fuera de Mestalla’ pero, antes de provocar y desafiar a quienes lo entonan, debería hacer un breve acto de contrición, hacer un mínimo esfuerzo por entender los motivos que llevan al aficionado valencianista a reprobar su gestión y sobre todo… sus gestos y mantener el tipo como corresponde –o debería corresponder- a quien preside una institución como la que él preside. El sillón presidencial del Valencia merece ser utilizado con decoro y educación exquisita. Arrellanarse literalmente repantigado en la butaca más importante del estadio como si estuviese en un tugurio de baja estofa y contestar a la grada con gestos tan despectivos como los que acostumbra a utilizar lo están llevando a convertirse en el personaje más odiado del imaginario valencianista. Algo que, seguramente, a él le divierte pero que, en un entorno menos amable, educado y pacífico, podría costarle algún disgusto.
Posiblemente sea lo que ande buscando y quiera Dios que nunca se produzca porque, ni el valenciano, ni el valencianista, deben rebajarse nunca al nivel de alguien tan despreciable. Pero sí sería conveniente que alguien salga en defensa de una afición que está harta de sus provocaciones. Sería conveniente que La Liga, tan pendiente siempre de atajar conductas reprobables en los campos de fútbol, tomase en consideración las actitudes del ‘elemento’ y sería, también, conveniente, que las instituciones valencianas estableciesen un ‘cordón sanitario’ – ahora que están tan de moda- entorno a él para que el valencianista, que al fin y al cabo no es sino un ciudadano valenciano, compruebe que no está sólo y desamparado ante la tiranía de tan zafio personajillo.