opinión

El centenario que acaba en 2029

3/01/2019 - 

VALÈNCIA. Reprochamos la esterilidad del año cien, pero los razonamientos en torno al sentido del club dan para formar una hilera bien kilométrica de pensamientos. Evidentemente muy pocos impulsados por el propio club, la mayoría de forma espontánea desde la prensa o desde proyectos independientes. Otra cosa es dar con la poción mágica y procurar ponernos de acuerdo en torno a una vía común. Sería desolador lograrlo; precisamente esta entidad se fue ensanchando a partir de la transversalidad total.

En las postrimerías del 2018 estuvimos a nada de pedir un reconocimiento social, o un pin, por el ejemplar comportamiento para con Marcelino. Mientras se acumulan las entidades que han fulminado a su entrenador, el nuestro, el asturiano, perdura como protegido por una suerte de complicidad, omertà o simplemente por no querer complicarnos la vida abriendo un melón imprevisible; sobre todo, intuyo, por tener garantizada con Marcelino una perspectiva de futuro. Señuelo o certeza, es el gran mérito del entrenador desenvolver ese imaginario.

En el año de los cien, repentinamente, el valencianismo demuestra tener cierta consideración hacia un modelo con recorrido que no depende en su totalidad de los resultados inmediatos. La escasa presión social para reclamar un cambio en el banquillo viene dada por una primera tanda de resultados excelente, claro, pero no basta con esa explicación, ese aval ya hace tiempo que se extinguió. Está el éxito marcelinista de haber transmitido un modelo de club, de haberse apoderado de la batuta estructural y orientar hacia dónde se debe dirigir el Valencia. Ser la referencia de las coordenadas propias lo hizo más resistente. 

Me temo que por fin estamos preparados para algo así. El contexto, el de dónde venimos, hace que seamos más proclives a entender una transformación que requiere tiempo, por encima del pragmatismo de cambiarlo todo a ver si por suerte hay algo que deja de seguir igual. Lástima que la fragilidad de esa creencia la hace pender de un hilo. 

El Valencia esforzado de los Soler, Gayà y Diahkaby (apuestas adolescentes traídas en su primera fase de evolución profesional), sazonado con impulsos económicos que diferencien (debía serlo Guedes), es un conato de identificación. Por eso se comprende todavía peor la función de outlet del Atlético (en feliz expresión de Manolo Montalt) y tiene menos lógica insistir en probaturas de jugadores recauchutados. 

Disculpe usted, es que en 2019 sigo fantaseando con un Valencia que apueste a década vista, de mirada larga, de rumbo definido. Un Valencia a golpe de locales (del outlet al stock casero), anticipándose en el mercado de joyas nacionales. El modelo frente a los pastiches.

Un Valencia que por fin quiera parecerse al Valencia. 

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