VALÈNCIA. Cada vez que se abre una ventana de fichajes, Peter Lim se excita. Pero al contrario de lo que sucede con la mayoría de presidentes o propietarios que no tienen ninguna tara, el proceder del bróker de Singapur en Mestalla es perturbador.
Reforzando la teoría de que mantiene secuestrado y estrangula al club por venganza, su comportamiento social hacia el Valencia CF es desviado.
Un trozo de césped de Mestalla que le llevó Layhoon Chan en 2019, un brazalete que usó Gayà ante el Getafe en 2016 que le acercó Corona, un mechón de pelos de poliéster del disfraz de la mascota que le regaló Javier Solís... Poco a poco, Peter Lim ha ido fabricando su particular muñeco de vudú. Uno de un murciélago horrendo que representa al club de Mestalla bajo su bandera con dos tibias y una calavera. Y lo pincha a voluntad conforme le apetece. "Esto es bonito. Me despierto, soy dueño de un equipo de fútbol y a ver qué pasa. No hay más", dijo en 2021. Pues eso.
Los últimos alfileres los ha hincado recientemente. Esos dos pinchazos que ha encajado en el muñeco los ha sentido hasta el nervio ciático de Rubén Baraja.
Paulista jugará en el Atlético de Madrid. Y hasta el regreso de Diakha, Baraja se las tendrá que apañar con Mosquera, Yarek y ¡Cenk! Tres niños, dos de Paterna, y la gran apuesta de la propiedad el pasado verano, que sólo tiene 23 años y a veces se nos olvida. Un riesgo innecesario.
El regalo de Gabriel Paulista al Atlético de Madrid ha alterado el buen ambiente en el vestuario de Paterna. Porque Meriton es como esa escuadrilla de avispas que aparecen en la piscina de Manolo Montalt en Pedralvilla y le revientan un sábado de poniente a remojo. Como esa tormenta en una tarde de abril que obliga a cancelar una merienda de Pascua en el campo. Como esa panda de abusones que llegaba al parque cuando estabas jugando un partido de fútbol y se llevaba el balón.
Baraja había conseguido que la mano del propietario no ahogara su proyecto, pero los jugadores han recordado esta semana el propietario que tienen. Primero, los pagarés y luego, la salida de uno de los capitanes. Así premia el hijo del pescador hecho a sí mismo el buen desempeño durante la temporada de la plantilla: sembrando la incertidumbre sobre el cobro de las nóminas y despidiendo a un jugador para evitar que juegue los cuatro partidos y renueve; ahorrándose de esta manera cinco millones de euros el curso que viene.
Sobre la visita a los prestamistas. Dos cosas. Ya lo dijo la directora financiera Inma Ibáñez sin que se le corriera el rímel, por los lagrimones, en la junta de accionistas de 2022: "Los bancos tradicionales, en general en España, a nosotros con la trayectoria que tenemos no nos dan nuevos prestamos". Y se quedó tan pancha.
Y una más. Es normal que el club desacredite a Miguel Zorío y a su nueva intentona por comprar el club, pero si coincidiendo en el tiempo recurres a la misma empresa para poder pagar a tus futbolistas estás haciendo el ridículo, Javier Solís.
A la decisión de Paulista, como a cualquier otra, el club vuelve a llegar tarde. Esa cuestión se tenía que haber abordado y solventado en junio. Ahora es una vileza que ataca el corazón del vestuario. Luego Javier Solís y Miguel Ángel Corona lloran por las esquinas como plañideras por el desprecio al que los somete Peter Lim, pero, por acción o por omisión, son tan responsables como el máximo accionista.
La última ha sido la de Rafa Mir. Al que han vuelto a dejar en la cuneta como un coche con una rueda pinchada. Un circo todo. La culpa es del Sevilla, claro. Otra vez.