VALÈNCIA. Hacía más de un año que no sentía un cosquilleo similar. La pandemia me había hecho olvidar lo que era cantar al unísono con miles de voces más un mismo cántico. El equipo me había hecho sentir desafección por un club que iba cuesta abajo y sin frenos; sin embargo, ayer todo revivió. El murciélago volvió a volar muy alto por Valencia y tras mucho tiempo pude ver a una afición unida que luchaba por un mismo objetivo: derrocar una tiranía que menospreciaba más de 100 años de historia.
Tras mucho tiempo sin poder ser escuchados, el valencianismo habló y clamó a los cuatro vientos que nada ni nadie puede acabar con un sentimiento. Petardos, bengalas, más de 6000 voces coreando el nombre de nuestro club: Mestalla volvió retumbar desde las calles. No pueden pisotearnos más ni decir que somos el menor de los problemas para un magnate que le gusta tanto el fútbol como a mí el waterpolo. No hay mejor momento para matar que cuando ya te dan por muerto. Y este fue el error de Meriton, creer que estábamos muertos.
«Ha comprado el Valencia, pero no puede quitarme 91 años de vida», me dijo Pepe, quién se ha convertido en el iaio del valencianismo. En sus ojos vidriosos se reflejaba la delantera eléctrica de Epi, Amadeo, Mundo, Asensi y Gorostiza; en sus arrugas se hacía visible el paso del tiempo y con su voz rota gritaba sin parar justicia, dignidad y respeto para el club de su vida. El fútbol es más que un balón, el fútbol es vida y el Valencia es Pepe.
Familias enteras acudieron ayer a un evento que ya forma parte de la historia del valencianismo. La manifestación fue una declaración de intenciones por parte de una masa social que está harta de ver cómo la tratan y la pisotean año tras año, temporada tras temporada. Hacía más de un año que no sentía un cosquilleo similar y espero que nunca se me vaya porque ser del Valencia Club de Fútbol es lo mejor en esta vida.