VALÈNCIA. Lucho para no convertir cada columna en una proclama de gacetilla contra Peter Lim. Lo prometo que lucho, lo prometo. Solo que se me pasa cuando oteo un cuadro defensivo con Mangala y Paulista caídos, y Diakhaby erguido (es un decir).
Hay una tarde especialmente luminosa apenas unas semanas después del ascenso de Lim como marajá del Túria. Un acelerón en 13 minutos pusieron al Valencia 3-0 ante el Atlético. El sol doraba Mestalla y algún corresponsal inglés proclamó que había en Europa pocos lugares con la mística del viejo estadio. En aquel equipo, donde se supone todo estaba por comenzar, Mustafi y Otamendi eran la pareja de centrales. Mejor, eran Mustafi y Otamendi hace seis años.
Es fácil preguntarse cómo demonios, si justo en ese octubre de 2014 comenzaba la gran revolución del club (a mejor, se sobreentendía), seis años después el Valencia ha empezado una temporada casi, literalmente, sin defensas. Con las defensas tan y tan bajas que se ha dado el lujo suicida de arrancar a sabiendas que uno de sus centrales titulares lleva años sin jugar, y haciendo imprescindible a quien, defenestrado, causó los mayores fallos defensivos del curso pasado. La moneda al aire como reemplazo de una planificación deportiva mínimamente prudente.
Pocos campos, como consultar la defensa, evidencian tan a las claras que el adanismo con el que Lim creyó evolucionar el club era solo un ejercicio retórico, pura patraña. Otamendi, Mustafi… Mangala, Diakhaby. Del quién pagó a Otamendi al ojalá alguien pague por un defensa.
Denota la dejadez con la que se ha tomado la confección del equipo en esta última deriva camino a ninguna parte. Entrevistado, decía Damià Vidagany el viernes en Las Provincias: “es como si, al no entender el valencianismo, hubieran llegado a la conclusión de que no les hace falta el valencianismo”. Siguiendo la asociación, es como si al no darles el equipo el resultado esperado, hubieran llegado a la conclusión de que no les hace falta equipo.
Los intentos encomiables por justificar la pachorra de Lim (y por hacerle creer que sus decisiones son tan geniales que el valenciano medio, carente de nivel, no puede comprenderlas) difícilmente van a endulzar una realidad poderosa: ha abandonado el club que compró, ha dejado de creérselo.