No entiendo muy bien, tomando un poco de distancia, a quién no le puede ilusionar este Valencia descastado que nadie va a colocar en ninguna quiniela para luchar por lo gordo y cuyo entrenador, si hay suerte, volverá a estar en las apuestas para ser destituido primero que nadie...
VALENCIA. Este Valencia me ilusiona. También es cierto que me ilusionaría más si nos invitasen a todos los aficionados de visita turística a Singapur para asistir a la entrega de becas de Peter Lim. Me ilusiona bastante. Debe ser mi atávico pavor a los dramas y la necesidad de mirar en perspectiva. No entiendo muy bien, tomando un poco de distancia, a quién no le puede ilusionar este Valencia descastado que nadie va a colocar en ninguna quiniela para luchar por lo gordo y cuyo entrenador, si hay suerte, volverá a estar en las apuestas para ser destituido primero que nadie. Ay, esa sensación repleta de libertad en la que todos dan por perdedor al Valencia. Es ese rol el que mejor se nos da.
No me ilusiona el discurso enardecedor de Peter Draper llegando a los corazones del aficionado tanto como la página de instrucciones de una maquina afeitadora. Comprendo a Draper: ha logrado tantos patrocinadores para el Valencia que le queda mucho tiempo libre para dar leccioncillas al hincha de a pie. Me ilusiona este Valencia, pero no demasiado el nuevo rumbo de la cúpula del club (me encanta la palabra cúpula), tan obsesionado en reconocer errores como en atribuirlos a los demás. La cúpula reconoce que se ha equivocado pero vuelve a errar haciendo el diagnóstico en el entorno en lugar de en ellos mismos. El Valencia no funciona mal porque quienes les rodean no han sabido comprender el proyecto, funciona mal porque ha sido un auténtico cachondeo y se ha gestionado con una imprudencia insultante.
Quería insistir en lo mucho que me ilusiona este Valencia. Y no porque su entrenador me genere una confianza contrastable; solo es otra apuesta arriesgadísima tomada en base a motivos de fe (el Arzobispo Cañizares debe estar tela de contento con que las decisiones se den por ciencia infusa). Lo de Pako tiene que ver con el credo melancólico por amarrarse a cualquier indicio de la era de principios de los 2000 (voy a iniciar un crowdfunding para que se haga un entierro teatral del Doblete, escenificando de una maldita vez por todas el fin de una era; ya han pasado casi quince años, por dios).
Este Valencia me ilusiona por cosas que van más allá de eventualidades. Me ilusiona porque viniendo de su cuarta peor temporada de la historia, sigue entre los 15 mejores clubes de Europa según la puntuación histórica (sí, antes de Lim el Valencia también existió). Me ilusiona porque hay algo innato provocado por aquello que los otros desprecian: el no resistirse ante la mediocridad rutinaria. Lo peor que le podría pasar al VCF es tener un entorno complaciente y resignado, por eso entiendo poco a quienes creen que la mejor receta para mejorar el proyecto de los Lim es admirar cualquiera de sus requiebros publicitarios.
Me ilusionaba este Valencia porque, pensándolo bien, uno no debería comenzar a militar en un club por las aspiraciones que éste tenga, sino por otra serie de cosas ciertamente inexplicables. La primera vez que vi al Valencia (aunque no sabía qué estaba viendo; ahora tampoco) el equipo jugaba en Segunda. Me acabé ‘haciendo’ con el VCF en Tenerife, no jugándose las ligas sino vagando por ellas.
En plena hipercaptación mediática de aficionados por parte de Barça, Madrid y Atlético, quienes se adhieren al Valencia lo hacen por una ilusión que va más allá de los partidos. Más allá de Draper, Layhoon y los valenciólogos que ocupan la cúpula blanquinegra. Un filtrado de hinchas en toda regla.
Este Valencia me ilusiona, aunque luego veré por qué.