VALÈNCIA. No, no existe el equipo que todo lo gana y nunca pierde. Un récord de partidos sin derrota no hace a nadie inmune a nada, como tampoco sirve para justificarlo todo. No fue la intención de Javi Calleja tras lo de Huesca, lo sé, pero aquel "no se puede ganar eternamente" invitó a una parte del levantinismo a pasar un plumero sobre el gran tropiezo del sábado, como si haberse mantenido invicto durante 20 jornadas convirtiera un 3-0 redondo en una derrota por la mínima, con asedio y un penalti birlado en el descuento. Para que nos entendamos, y salvando los kilómetros de distancia entre los dos casos, es como cuando Coke nos contó algo parecido a que el Levante se había ganado el derecho a relajarse tras un puñado de buenos partidos. No lo compro.
Soy de los que piensa que conviene mesurar al máximo la crítica en un momento como este, pero también que hay que ser exigentes con este Levante. Así que sí compro que, aunque los últimos cinco meses no disculpen el palo del otro día, la madurez de esa racha cuando vinieron mal dadas permite confiar en que no supondrá un punto de inflexión en negativo. Que el equipo no se caerá anímicamente por ver que pese a haberse descubierto invencible durante meses, el avance no ha dado tanto como para permitirse tropezar y rodar sin agobiarse.
Por eso me preocupan tres cosas de la tarde de El Alcoraz y ninguna es la derrota en sí misma. Me preocupa el número de la derrota, porque el Levante no es el único candidato que se lleva un chasco de ese calibre y pensábamos -al menos yo lo hacía- que la bofetada, cuando llegara, lo haría discreta, suave y sin hacer ruido. El 3-0, más allá del cómo, es demasiado rimbombante, un marcador que suma cero igual que cualquier otro pero que este equipo no se puede permitir.
Me preocupan los fantasmas del pasado. En la 'era Calleja' no se habían visto errores en la marca a balón parado que sí se produjeron en Huesca -sobre todo, sangrante y en cadena, el del segundo- y temo recaídas de lo que creíamos más o menos olvidado. Un entrenador me dijo un día que en las ABP, a veces, prima más la actitud que la aptitud. Si es así me reconforta, porque si algo rebosa en ese vestuario es precisamente la actitud, pero también me reafirma en que el Levante se cayó por completo tras el primer error.
Y por encima de todo me preocupa exactamente eso. Que hasta ahora no había visto a este equipo rodar por el suelo desde el cambio de entrenador. Y no hay que negar la mayor: se cayó. De todas, todas. Si otros días destacamos la madurez, es justo decir que la primera parte en Huesca fue muy buena y la segunda, nefasta. Que hasta que no entró Cantero -demasiado tarde- prácticamente no hubo reacción. Y si la hubo, timorata. Que fue el primer partido desde el pasado 9 de octubre que vi al Levante entregar la cuchara.
Pasó y es de justicia reconocerlo. Igual que ningún equipo puede ganar eternamente, tampoco nadie convence en todos los partidos que juega. O en los que dirige. Y no pasa nada, es humano. El Levante no se ha ganado el derecho a relajarse porque la clasificación no se lo permite. Casi nadie en este deporte goza de ese privilegio. Pero para mí lo que sí tiene es el vaso, por ahora, bastante lleno de crédito.