VALÈNCIA. ¿Qué haces cuando tienes una columna deportiva por rellenar y acaban de morir cerca de cien personas a unos pocos kilómetros de tu casa? ¿Qué hacer si el ánimo, excitado el domingo después de otro excepcional medio maratón, está tan bajo? ¿Qué más da que el Valencia Basket de nuestro adorado Pedro Martínez empiece a coger altura si solo podemos pensar en los cientos de desaparecidos? El deporte siempre tiene algo de festivo, pero el cuerpo no está para castañuelas cuando no dejamos de entrar en los portales de los periódicos para ver si se confirma lo que todos nos tememos, que serán muchos más de cien.
Hoy no tengo ganas de escribir de deporte. No me apetece ser ingenioso. Hoy ha cogido el teclado el corazón y está haciendo lo que le da la gana. Hoy me acuerdo de ayer. Y ayer, cuando llegué a l’Alqueria del Basket para hacer un reportaje, me encontré a un Víctor Luengo desconocido. El histórico capitán del Pamesa siempre ha sido un tipo alegre y atento, pero el miércoles me encontré a un adulto abatido. Una persona, una buena persona, con cara de agotamiento y ojos tristes.
Luengo llevaba demasiadas horas conviviendo con la desgracia. Habrá quien piense que el que ha sobrevivido a una riada que te lleva por delante, es una persona feliz deseosa por celebrar que está vivo. Pero no. La víctima que ha salvado el pellejo en una situación tan traumática es un tipo que intenta contener las imágenes y los sonidos del horror. “Anoche escuché cosas que prefiero no contar”, me explicaba, serena, una de las víctimas que había pasado la noche encima de un puente con el alma encogida.
El hermano del eterno capitán ha sufrido pérdidas cuantiosas en la riada. La dana le ha dado un golpe, pero parece que dé vergüenza lamentarse cuando ves que los muertos se cuentan de diez en diez. Y a pesar de todo ahí estaba Luengo, arrimando el hombro desde quién sabe cuándo. Un rato después pasó por allí Álvaro, el extraordinario ‘community manager’ del equipo de baloncesto. Me saludó mientras se ponía unos guantes de goma y decía sin darse importancia que le gustaba estar allí ayudando en lo que modestamente podía.
También estaban por allí Víctor Sendra, el director del Roig Arena, o Elena Tejedor, con sus dos teléfonos, una líder natural, que siempre viene bien tener una en momentos así. A su lado, la concejala María José Ferrer. Y por allí, deambulando de un sitio a otro, los rescatados. Carles Porta, el rey del ‘true crime’ en España, me explicó una vez que el mejor momento para hablar con las víctimas es a última hora de la tarde, cuando ya han desconectado los programas en directo de las mañanas y se han ido los cámaras de los informativos. Y que cuando se quedan solos, la gente deja de verse acorralada y siente entonces la necesidad de contar lo que le pasa por la cabeza.
Esa tarde triste la gente habló. Hubo una mujer que me dijo que no podía hablar, que era francesa y que, aunque hablaba bien el castellano, estaba nerviosa y no iba a poder expresarse bien, pero mientras yo le decía que estuviera tranquila, que no pasaba nada, que no tenía ninguna obligación de contarme su desgracia, se puso a contarla. Así somos. Impredecibles. Cómo, si no, vamos a sacar el móvil del bolsillo con una mano mientras con la otra nos sujetamos a un árbol para que no nos arrastre la corriente. ¿Por qué decidimos grabar lo que vemos cuando podemos estar a punto de morir? Creo que lo hemos normalizado. Que grabar con el móvil ya es como ver, oler o escuchar. Forma parte de nosotros y no podemos evitarlo, ni siquiera en una situación extrema.
Creo también que no son días de colores. Son días de arrimar el hombro lo mejor que sepamos, que ya habrá tiempo de sacarnos los ojos, que es lo que mejor se nos da. Y esa es otra reflexión que me asalta estos días. Si la gente puede ser tan amable, empática y cariñosa como está siendo estos días -a todos nos han preguntado cómo estamos los amigos de fuera de València o te has cruzado con un desconocido y te has hecho una mueca que significa que entiende que tú también estés triste y desconsolado por lo que ha pasado- por qué luego tardamos tan poco en ser tan miserables.
Imagino que es como lo del móvil, que no lo podemos evitar.
Bueno, pues ya está. Siento no haber escrito de deporte, pero en València estamos tristones, estamos de luto. Ya se nos pasará.