VALÈNCIA. Ahora que los clubes andan enredados con los ERTEs y las negociaciones están abiertas con sus futbolistas para intentar salir airosos de la debacle económica que supone la ‘congelación’ de las competiciones. Ahora que el Valencia CF se lo piensa y deja aparcada su declaración inicial según la cual NO implementaría ninguna medida de tal naturaleza para aterrizar en la verdad que nos rodea y que va mucho más allá de un titular de periódico y ahora que los futbolistas tienen que poner en la balanza tantas variables que pueden comprometer su imagen pública... quisiera detenerme en el lamentable espectáculo ofrecido por los dirigentes de nuestro fútbol en las últimas semanas que sólo es comparable con el que viene exhibiendo la clase política.
Y es que si, en condiciones normales, la sociedad precisa de gobernantes solventes y la ‘sociedad futbolera’ de dirigentes diligentes, más importante es su aptitud y actitud para ponerse al timón cuando, como ahora, arrecia la tormenta. Pero, lamentablemente, estamos viendo desfilar ante nuestros ojos y desde nuestro confinamiento el más patético espectáculo jamás imaginado aunque... viendo las trayectoria de los protagonistas, a lo mejor sí era imaginable. Del ofrecido por nuestros gobernantes... pueden encontrar sobradas referencias en aquellos medios que, como Valencia Plaza, se mantienen al margen de diversos sometimientos y todavía se atreven a desnudar su catadura.
Del que están protagonizando aquellos elegidos para dirigir los destinos del ‘deporte rey’ sí me voy a permitir alguna que otra reflexión: Tebas y Rubiales, a los que se ha sumado Aganzo en las últimas fechas en calidad de ‘artista invitado’, se han empeñado en convertir nuestro fútbol en el callejón donde dirimir sus barriobajeras cuitas personales anteponiendo su ego al interés común del deporte que mayor interés concita en nuestro país: lo vienen haciendo desde hace ya mucho tiempo de manera bochornosa aprovechando la menor oportunidad para poner de manifiesto su insolvencia, pero cabía esperar que en un contexto tan excepcional como el que nos rodea podrían ser capaces de aparcar temporalmente sus bajos instintos para buscar -de la mano- el camino de salida del endiablado laberinto en el que se encuentra el fútbol con muchas aristas que lo complican hasta el infinito.
Pero no. Continúan poniéndose día a día en ridículo, mirándose al ombligo y jugando a ver quién la tiene más grande. Cuando lo que tendría que ocupar el 120% de su tiempo debería ser administrar la futura desescalada tras el cese de las competiciones para que se pueda cerrar la temporada y, fundamentalmente, la atenuación de las importantes consecuencias del parón, siguen empeñados en ponerse por encima del fútbol como si ellos fueran lo más importante sin entender que, al margen de sus obscenos salarios, no son, o no deberían ser, más que una herramienta con la que el fútbol pueda arreglar sus averías cuando estas se presentan.
La fatalidad ha querido que se presente la avería más importante que se podía imaginar, que necesita de la mayor pericia y de las mejores herramientas posibles y, muy al contrario, su actitud no ha hecho sino evidenciar que no son la herramienta adecuada para encontrar el remedio a los males que -en estos difíciles momentos- asolan a nuestro fútbol. Ellos, ebrios de su propio ego, siguen enzarzados en su grotesca pelea de callejón sin alcanzar a entender que, cuando una herramienta no sirve para nada se convierte en un ‘cacharro’ totalmente prescindible y, antes o después, termina durmiendo el sueño de los justos en el contenedor de basura más cercano.