VALÈNCIA. Si hay algo que me gusta del verano es que estar sin fútbol siempre hace que entre la nostalgia de que vuelva. Las ganas aparecen a pesar de todo lo que ha cambiado con la globalización y los intereses económicos en las últimas dos décadas. En el Valencia, también se han producido cambios en los últimos años de un sentimiento que ha proliferado por encima de otros. En mi caso, la pretemporada ha tirado por dos caminos: ver a los nuevos fichajes y las buenas maneras que apuntan algunos de los nanos de la cantera.
Ahora, reconozco que las caras nuevas me motivan entre poco y nada. Quizá por las aspiraciones deportivas actuales del Valencia, pero sí que lo hacen observar lo que viene desde Paterna. La Academia se trabaja muy bien y ahora mismo es uno de los bálsamos para agarrarse a la supervivencia en un club mal gestionado por el capricho de un multimillonario a miles de kilómetros.
Por ello, tengo ganas de lo que pueden ofrecer gente recién llegada al filial como Javier Pamies, Álex Serradell o Borja Calvo, todos ellos en el club desde hace menos de un año. Pero no se queda ahí. El inicio de la pretemporada sirve para comprobar si alguno de los que ya vimos está para convencer a Baraja y darnos la sorpresa. Ali Fadal, Martín Tejón, Vicent Abril, Diego Moreno, Iranzo o Hugo González es lo que me despierta interés por encima de ver parar a Stole Dimitrievski, que lo conocemos de sobra de su etapa en el Rayo. Lo mismo me pasa con Rafa Mir, más allá de que sean fichajes interesantes.
Aunque reconozco que la curiosidad me invade sobre la figura de David Otorbi. El extremo, que batió el récord de precocidad en el primer equipo, generó buenas sensaciones cuando apareció en Copa. Tiene ese descaro y desborde que está emergiendo en los grandes equipos de Europa en edades poco habituales en el pasado. Prisa con él, ninguna. Ganas de verle con los mayores y analizar el proceso de su crecimiento, todas.