LA CANtina / OPINIÓN

¿Ocho Juegos no valen una bandera?

14/05/2021 - 

VALÈNCIA. Los años olímpicos siempre son especiales. A los que nos gusta tanto el deporte, no hay nada mejor que unos Juegos. Y si llegan después de un año extra de abstinencia, más todavía. A mí me apasionan porque ofrecen mucho más que deporte. El olimpismo va más allá y ya en la tercera década del siglo XXI aún persisten unos valores que lo engrandecen.

Claro que tengo innumerables recuerdos deportivos y desde que conocí a ‘Misha’ y vi a Sebastian Coe cruzar la meta triunfal, los brazos en alto, flequillo al viento, un 254 enorme cubriendo su torso, entendí que aquello me gustaba. Pero cada cuatro años fui aprendiendo que unos Juegos no son solo resultados y medallas. Los Juegos son también una atleta que tropieza durante una carrera, una rival que la ve, se espera y la ayuda a levantarse. O una gimnasta que se hace daño en una rodilla y, como una garza herida, resiste haciendo equilibrios sobre la barra con gestos de dolor. O son un graderío puesto en pie para aplaudir a una saltadora veterana, sonriente y ejemplar que se ha proclamado campeona a los 36 años. Los Juegos son también la curiosa historia de un espadachín armenio o un nadador guineano con serios problemas para acabar su prueba. 

Por eso ‘mi’ candidato para ser abanderado de España en la ceremonia inaugural de Tokio no era ninguno de los deportistas más laureados sino ese viejo marchador madrileño llamado Chuso García Bragado, que está luchando por alcanzar sus octavos Juegos Olímpicos. O-cho-Jue-gos-O-lím-pi-cos.

Esto significa que Chuso es una leyenda olímpica. Una leyenda mundial. Que es un deportista que compite contra gente que no había nacido cuando él ya llevaba dos o tres participaciones olímpicas. Que ha estado en Barcelona, Atlanta, Sídney, Atenas, Pekín, Londres y Río, donde fue recibido en la villa olímpica por un largo y bullicioso pasillo formado por la delegación española y algunos extranjeros que se sumaron a este improvisado homenaje que emocionó al calculador García Bragado.

Chuso no es una estatua, una vieja gloria que exhibe el atletismo español por los campeonatos. No. García Bragado fue octavo en el último Mundial, el que se celebró en unas condiciones de calor y humedad terribles en Doha. Y este domingo estará en Podebrady, en la República Checa, para amarrar su clasificación olímpica en la Copa de Europa de marcha.

La leyenda y yo somos coetáneos. Y siempre lo cuento porque creo que no hay mejor manera de darse cuenta del mérito que tiene de seguir en la élite a los 51 años que compararlo con un tío como yo, que tiene que estar meses sin correr por un dolor en el talón derecho, que tiene serios problemas para mantener a raya la barriga y que, si está mucho rato sentado delante del ordenador, se levanta, con la espalda como un tabla de planchar, con dificultad para doblar la bisagra.

Los elegidos, finalmente, son Mireia Belmonte y Raúl Craviotto. Los dos merecen el máximo respeto. Uno me entusiasma más que la otra. Aunque ambos, la nadadora y el piragüista, tienen un palmarés deslumbrante y son dignos portadores de la bandera. Pero a mí, que soy un viejete romántico, me hubiera gustado que se hubiera premiado la consagración de una vida a unos Juegos Olímpicos, que es lo que ha hecho mi admirado Chuso García Bragado. Pero, bueno, seguro que el COE sabrá estar a la altura de su historial y tendrá algún gesto con él. ¿O no?

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